Este breve ensayo fue parte de las tareas del Seminario II del Doctorado en Historia del Centro Nacional de Estudios Históricos (CNEH) de Venezuela, impartido por el doctor José Gregorio Maita, entre marzo y julio de 2020
El filósofo español-salvadoreño Ignacio Ellacuría[1] comienza su célebre libro Filosofía de la Realidad Histórica[2] intentando definir cuál es el objeto de la filosofía. De entrada, establece que dicho objeto es “aquello que constituye el tema central de una determinada filosofía o metafísica” (Ellacuría, 2007: 15).
Invocando a los filósofos clásicos, en los cuales incluye desde los presocráticos hasta Heidegger, Ellacuría señala que los pensadores generalmente reflexionan sobre “todas las cosas en cuanto ellas coinciden en algo o son abarcadas y totalizadas por algo”[3].
En las ciencias humanas esto se nos presenta como un reto difícil de resolver, pues definir la naturaleza y límites de dicha totalidad ha sido un problema no sólo de la filosofía sino también de toda disciplina en las ciencias sociales, de lo cual no se escapan los estudios históricos.
Otro escollo a vencer es definir ese “algo” en la cual coinciden todas las cosas o que totaliza una cantidad indeterminada de elementos.
Desde el punto de vista filosófico, para Ellacuría, la reflexión sobre la definición de esa totalidad (o de esa unidad totalizante) ha girado en torno a dos visiones enfrentadas históricamente. Por un lado, encontramos un tipo de unidad conceptual, en la cual la totalidad de todas las cosas es más lógica que real. Ésta se basaría en que todas las cosas reales o materiales no conforman una unidad o totalidad real per se. En contraposición, describe la existencia de visiones filosóficas que sostienen la unidad física como una totalidad conformada por todo lo real. Lo que vemos aquí, entre unidad conceptual y unidad física de todo lo real, es la tensión permanente que se ha dado en la historia de la filosofía entre un tipo de idealismo, cuyo máximo y más cercano representante sería Hegel, y un materialismo, representado, por supuesto, por Marx.
Sin embargo, Ellacuría reconoce en Marx una inequívoca propuesta de solución a esta tensa dicotomía, la cual permite un encuentro o fusión entre la unidad conceptual y la unidad física. Se trata del rescate que hace Marx del núcleo del método dialéctico de Hegel y que expresa claramente en el prólogo de El Capital.
Lo que trata de esclarecer Ellacuría es la existencia de una unidad de contrarios que sólo es posible reconocer como un devenir, es decir, como un proceso permanente, digamos dialéctico.
“Sólo como devenir, que, por su propia naturaleza es una unidad de contrarios, puede captarse y conceptuarse la realidad; sólo como momentos de un todo procesual puede entenderse la totalidad de la realidad. Cuando se toman las cosas en una extensa perspectiva y buscando el fondo de la realidad, aparecen como momentos evanescentes de un proceso” (Ellacuría, 2007: 20)
Sin rechazar la existencia de una unidad meramente conceptual y una unidad puramente física, la realidad, en cuanto a totalidad de todo lo real, ha de considerarse procesual, es decir, dinámica. Y en ese proceso, los elementos o las cosas que conforman dicha realidad son, en palabras de Ellacuría, “momentos evanescentes” de dicha dinámica procesual.
Esa totalidad, en la cual la realidad “da más de sí”, y donde convergen todos los tipos de realidad posibles (humana, material, conversacional, mediática, entre otras), es lo que denomina Ellacuría como realidad histórica.
A su juicio, se trata no sólo de los hechos acaecidos en el devenir histórico de la humanidad, sino de todo lo que conforma la totalidad de lo real.
Implicaciones en los estudios históricos
Llevemos esta reflexión a la historia como ciencia. En primer lugar, retomemos la pregunta inicial y trasladémosla al ámbito de los estudios históricos. ¿Cuál es el objeto de la historia? En este punto comenzamos una aproximación a la reflexión que planteamos en este breve ensayo. Es decir, cuáles aspectos de ese objeto de la historia como ciencia podrían considerarse parte de eso que denominamos más arriba como unidad conceptual de la realidad y cuáles pertenecen a la unidad material. Para así, posteriormente, intentar establecer una dialéctica entre ambas dimensiones de la realidad y determinar cómo se da esa totalidad de todo lo real, que bien podría considerarse el objeto de la historia. Eso sí, considerando siempre su aspecto procesual, es decir, dinámico, y en el cual los elementos que lo conforman han de tomarse en cuenta como momentos evanescentes de dicha dinámica.