martes, 1 de diciembre de 2009

La vida en un instante



Creía que esto ya lo había publicado en el blog y no era así.
Este breve texto lo escribí luego de una reunión en casa de Igor Delgado Senior hace algún tiempo.
Me gustó mucho lo que provocó esas líneas, mucho más que el resultado final.
Pero ahí va:

“Quand il me prend dans ses bras
Il me parle tout bas,
Je vois la vie en rose...”


Mientras Yuri entonaba la letra de la Piaf me di cuenta de todo: de porqué estaba allí, de cuáles fueron razones que me empujaron a permanecer callado e inmóvil y qué fuerzas me impulsaban misteriosamente a perpetuar el momento. No me importó no tener mi cámara encima, mucho menos mi grabadora de periodista. La vida no sólo se ve de distintos colores, sino que en momentos de ensueño y felicidad te percatas de la verdad: la vida se te presenta en esos instantes como una totalidad inaprensible, en las que no existe mecanismo de almacenamiento efectivo que no sea la memoria misma.

La letra de la Piaf en la voz de Yuri me trasladó violentamente a la casa de Pedro, el domingo pasado, cuando también en medio de La vie en rose , Igor nos dijo que los temas para un cuento no los escoge el cuentista, sino que ellos, los temas, nos escogen a nosotros para amargarnos la vida hasta que los escribimos. La carcajada de Pedro en el comedor de su apartamento, imaginando un tema persiguiéndolo en sus sueños paranoicos, me llevó a Barinas, a finales de los años 60, cuando él y un grupo de poetas de izquierda totalmente ebrios tuvieron que huir porque el recital al que fueron convocados había devenido en desastre. El humo casi infernal de ese local con pretensiones de intelectualidad olvidado en el llano venezolano, me conectó con la última bocanada que le daba Igor a su cigarrillo, mientras le pedía a Yuri “ahora un fado bonito”, lo cual provocó en Adriana una sonrisa desmedida y un comentario sobre lo bien que lo estábamos pasando. Su gesto me hizo recordar cuando diez minutos antes (ya había cantado los tangos) me dijo que debía escribir mis cuentos del mismo modo y con el mismo tenor que mis correos electrónicos. “Eso es lo único que le faltan”, me susurró al oído.

Esa ingenua referencia lingüística (tenor y modo) me pareció apropiada porque frente a mí, acompañando solapadamente a Yuri (ahora con un bolero) estaba el profesor Luis, quien además de recordarme sin saberlo que debía terminar la tesis, dos horas antes nos explicaba a todos en el Celarg la importancia de los talleres literarios y nos deleitaba con las increíbles aventuras de Rafael Bolívar Coronado cuando a principios de siglo no sólo timó a un ingenuo Rufino Blanco Bombona, sino también a toda la incipiente historia literaria del país. Barrera, lingüista y cuentista, ya en casa de los Delgado (¿o los Colina?) también evocaba cuentos de vez en cuando con Igor, no literarios sino de sus vidas como literatos, lo que no evitó que cada uno de los que nos encontrábamos allí soltáramos a nuestros adentros una fantasía de aventuras en conjunto y en un futuro incierto: una conferencia, un recital, una lectura pública, un vermissage y, ¿por qué no?, una botella de champagne vertiendo sus líquidos afables sobre nuestro primer libro publicado.

Ese éxtasis se me pareció al de Laura recordando el piano de su mamá y el acordeón olvidado y polvoriento de su casa en Maracay, mientras aseguraba que no le gustaban las versiones del Indio Araucano; lo que a su vez me hizo imaginar a Tito Rodríguez peleando en la memoria de Mercedes sobre su original y primigenia interpretación de Convergencia, la cual lamentablemente no pudo salir de la voz de Yuri en toda la noche.

De Laura a Mercedes, como un flashback de todos los momentos presentes y pasados, propios y ajenos, como un Aleph desde donde se ven todos los instantes en un solo instante, vi a Igor esa mañana en el barbero, a Yuri y a Mariana bailando tambores ante unas japonesas alocadas aplaudiéndoles en París, a Jeanny posando desnuda ante un joven e ingenuo pintor a mediados de los años setenta, a Stefany abismada en su primera clase de taller de narrativa en Monte Ávila, a Javier emocionado leyendo su cuento en Letralia por primera vez, a Lucía y a Luis viendo entre sus manos la primera edición de Psicolingüística y Desarrollo del Español y a Minerva escribiendo ensimismada sus guiones para Ibrahim inspirados en Medea. Todo eso ocurría cuando estaba a punto de terminar La vie en rose.

“Et des que je l'apercois
Alors je sens en moi
Mon coeur qui bat”


Ahora (antes o después) Yuri imitaba a la Piaf en su melodiosa cadencia, en sus erres francesas y en sus vocales impronunciables en otra lengua.

Todo eso me pasó anoche y no había cámara que encerrara tanto recuerdo de lo pasado y de lo vivido, ni grabadora digital que pudiera encerrar en un archivo tanta palabra dicha o evocada.

Al final llegué a mi casa (por suerte, no me maletearon) a buscar entre los libros de un cajón algo que me conectara de nuevo con el ensueño y lo vivido en la casa de Igor y con todos esos pequeños instantes que pasamos juntos en un solo y único momento.