martes, 13 de mayo de 2008

Los medios discriminan a los pobres


No lo digo yo, lo dice una especialista en análisis crítico de los medios, además reconocida en la academia latinoamericana...

Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/principal/index.html

El país

Lunes, 12 de Mayo de 2008

Entrevista con Maria Laura Pardo, especialista en analisis critico del discurso de los medios

“Un sistema de creencias discriminatorio”

A diferencia del tratamiento dispensado a otros sectores sociales, “los medios de comunicación representan a los pobres con un discurso que, a través de estrategias de jerarquización y mitigación de la información, los asocia al delito y la violencia”, explica Pardo.

Por Javier Lorca

El discurso dominante en los medios masivos genera y difunde una noción de ciudadanía excluyente, “una civilidad expulsora” basada en “un sistema de creencias discriminatorio”, señala María Laura Pardo. Profesora de Análisis de los lenguajes de los medios de comunicación (Filosofía y Letras - UBA) y directora del departamento de Lingüística del Ciafic-Conicet, Pardo investiga desde hace casi dos décadas los modos en que los medios representan a los pobres. En esta entrevista explica cómo reproducen “una construcción muy negativa de la pobreza a través de su asociación con la delincuencia, las drogas, la violencia, la locura”, mientras que los delitos de los sectores sociales más acomodados –cuando son relevados– suelen ser presentados “fuera de foco” y “casi siempre aparece algo que mitiga la responsabilidad: ‘se sospecha’ que el funcionario robó”.

–Desde la perspectiva del análisis crítico del discurso, ¿qué rol desempeñan los grandes medios de comunicación en la Argentina?

–En realidad, más bien deberíamos preguntarnos cuál es la posibilidad que tienen los medios de cumplir un rol ante la concentración monopólica de la propiedad de los medios. En esa situación, es muy difícil que existan medios o un periodismo realmente independientes... Dentro del análisis crítico del discurso hay dos vertientes. Para una, los medios no están para entretener ni para educar, sino para informar. Para la otra perspectiva, lo que hacen los medios es reproducir el discurso dominante. Los estudios de caso que hemos realizado nos demuestran que no se puede hablar de un rol único y específico de los medios para todas las épocas sociales. Va cambiando a través de los años. Por ejemplo, en la Argentina fue muy diferente el rol que cumplieron los medios en la época de reconstrucción de la democracia y el que cumplieron durante el menemismo. En la defensa de los derechos humanos en determinado momento, en el impulso a causas judiciales que sin su intervención nunca se hubieran resuelto, los medios y el periodismo han ocupado espacios que la política había dejado vacíos. Pero también ha habido muchos otros casos de matrimonios nefastos entre periodismo y poder político, donde los medios han colaborado a mantener un discurso dominante.. Es muy difícil generalizar y señalar un ideal sobre el rol de los medios, porque todo es diversidad y adaptación, pero lo central debería ser que respeten los valores de una sociedad democrática y los derechos humanos, entendidos en un sentido abarcador.

–¿Qué concepto de civilidad o ciudadanía construyen los medios masivos?

–Hay que distinguir entre los medios. No es lo mismo la televisión, la radio o la prensa gráfica, si bien existen fuertes monopolios y, por lo tanto, corrientes ideológicas comunes. Sobre todo en la TV y en la prensa hay una construcción muy negativa de la pobreza a través de su asociación con la delincuencia, las drogas, la violencia, la locura. En la medida en que hay una construcción tan nefasta de una parte de la sociedad, la civilidad resultante aparece dividida en un nosotros/ellos. En lugar de ser una noción de civilidad contenedora, se produce una civilidad expulsora. Están, por un lado, los que pertenecen y, por otro, los excluidos. En este conjunto tan amplio de la pobreza excluida entran desde el indigente que vive en la calle, en condiciones de extrema precariedad, hasta una familia que vive en una villa, los nuevos pobres y clases medias bajas. Es un rango de gente que es tratada como si no tuviera derechos. Se produce como una “minorización” de esas personas, son tratadas como si no fuesen adultas, como si fuesen incómodas o molestas o peligrosas para la sociedad. Todo esto va construyendo una civilidad donde hay personas que disfrutan de una cantidad de derechos en virtud de que muchas otras no pueden disfrutarlos. Un sistema de creencias que tiene muy poco que ver con la democracia.

–¿En relación con qué ideas es representada la pobreza en el discurso mediático?

–La pobreza aparece ligada a la delincuencia, el alcohol, la droga, la violencia familiar. No vemos la violencia o las drogas en una familia de clase alta, donde por supuesto existen también, sino, por ejemplo, en un programa como Policías en acción, vemos estos problemas en una villa. Siempre se presenta una disociación entre el delito de guante blanco y el delito pobre. Cuando el delito lo comete una persona rica, no es delito, tiene otro nombre, se lo puede llamar “corrupción”. En ese caso, la persona es caracterizada como “rara” o “exótica”. En cambio, si es un pobre, es definido directamente como “delincuente”, “chorro”, “loco”. Esto está muy estereotipado en los medios masivos. Y hay cierta responsabilidad que trasciende al periodismo y que tiene que ver más con lo humano, con plantearse qué está haciendo uno con su trabajo, qué conexiones está vehiculizando a través de lo que hace. También es cierto que hay un gran control en la estructura de los medios y que las exigencias del mercado, del rating, desvirtúan las funciones del periodismo y de los medios.

–¿Con qué estrategias discursivas se construyen estas asociaciones entre pobreza y delito?

–Hay muchos modos. Hay modos de jerarquizar la información que ponen el foco en la relación entre el pobre y la delincuencia o las drogas y quitan el foco de otros tipos de problemáticas muy semejantes, pero que involucran a otras clases sociales. También hay un uso importante de la fragmentación de la imagen, que hace que los discursos aparezcan cortados y, por lo tanto, jerarquizada de otro modo la información. Ahora se usa mucho en la TV el subtitulado, como si no pudiéramos entender lo que se dice: aparece alguien que habla y, si es pobre, se lo subtitula en blanco, si es policía en amarillo, si es la edición aparece en un recuadro. Estos ejemplos son de la TV, donde los procedimientos son más notorios, pero ocurre lo mismo en la prensa gráfica. En los textos escritos aparecen cantidad de estrategias en el uso del lenguaje para ocultar o mitigar información, o para poner en foco y enfatizar información. No es lo mismo decir “hubo un asalto hoy en la calle tal”, que decir “en el barrio de emergencia tal nuevamente se cometió un ilícito, en una villa donde los vecinos ya están cansados de los robos”. Es decir, se contextualiza de un modo que va ligando unos y otros fenómenos. En las lenguas romances, la atención se concentra en la última parte de la emisión, que es lo que queda en foco. Desde ese punto de vista, no es lo mismo decir “Juan dijo que mañana va a llevar a los chicos al colegio”, que decir “mañana va a llevar los chicos al colegio, dijo Juan”. Desde la lógica, las dos emisiones son iguales, sin embargo son distintas para quien las escucha o lee. En el primer caso, el foco está en “mañana va a llevar los chicos al colegio”, mientras que en el segundo está en foco “dijo Juan”. Entonces, en el discurso de los medios es muy común que la referencia al pobre aparezca en foco. Si siempre se relaciona a los pobres con los delincuentes en la posición final, se está reforzando un mensaje determinado.

–¿Cómo contrasta el discurso de los medios sobre los pobres con el que asignan a otros sectores sociales y otras formas del delito?

–En los delitos de corrupción, por ejemplo, los funcionarios involucrados son tratados de una forma muy diferente a los pobres. Al pequeño ladrón se lo denomina “maleante”, pero al funcionario que cometió un delito mucho más grave, siempre que se lo menciona se le conserva el título o cargo. Hay como un cierto acuerdo entre los medios y la sociedad en ese sentido. A los funcionarios corruptos casi nunca se los caracteriza, no se dice “el estafador” como sí se dice “el malviviente” si se trata de un pobre. Sus acciones suelen aparecer fuera de foco y casi siempre aparece algo que mitiga la responsabilidad: “se sospecha” que el funcionario robó, mientras que en otros casos, sin importar si hay constancias o no, se califica como “drogadicto” a una persona pobre. Se construye un estereotipo muy rápidamente porque funciona un marco conceptual claro: si es un chico pobre, es ladrón o drogadicto; si es un funcionario, hay que ver. Estas construcciones muestran una sociedad con una doble moral que se revela en lo que se dice, en los discursos de los medios que transmiten un sistema de creencias discriminatorio.

–¿Cómo se relacionan estos fenómenos con lo que en sus trabajos denomina la estetización del dolor y la pobreza?

–Hace no tantos años era algo excepcional ver a una persona pobre en la televisión. Y no es una casualidad del destino que hoy haya tantos programas donde se pueda ver y oír a los pobres contar sus historias de vida. Es un fenómeno propio de la posmodernidad: como diría Guy Debord, hay una espectacularización en la cual uno no es si no está al menos 30 segundos en un programa de televisión, donde sentirse socialmente reconocido, no excluido. La pobreza se ha convertido en un objeto estético, al igual que el terror. De la misma manera, se ha producido una estetización de la memoria, un culto que va más allá de la memoria histórica: en los espacios vacíos de la historia oficial aparecen una sucesión de fragmentos de una historia mayor de la comunidad, desde Cromañón hasta la AMIA. La filosofía nihilista de la posmodernidad se corresponde con la ausencia de proyectos colectivos. En la medida en que la vida no tiene más sentido que el presente, se produce un vacío que genera angustia y que lleva a que cada proyecto particular haga su culto a la memoria, a la muerte, a una idea de la heroicidad relacionada con vivir lo cotidiano. Cuando el hombre llega a una situación donde sólo lo efímero interesa, donde lo privado no tiene validez si no se hace público –de ahí los blogs y fotoblogs–, se produce una estetización, no en el sentido de producir algo bello, sino en el de objetivar algo que colocamos afuera y lo podemos observar. Por eso, hoy es estético que los extranjeros puedan hacer un tour de la pobreza, es cool ver cómo las personas viven en la miseria.

jueves, 1 de mayo de 2008

Juan Villoro es pesimista frente al trabajo de los medios (no lo culpo)

Contador incansable de historias y ganador de premios literarios importantes como
El Herralde y Antonin Artaud, Villoro ha escrito en todo tipo de medios, chicos y grandes, sin menospreciarlos, y ha logrado ya en el periodismo escrito un espacio respetable.

Tomado de Quehacer politico (http://www.quehacerpolitico.com.mx/revista.php)

Con una carrera prácticamente como escritor, Juan Villoro también ha sabido alternar sus tiempos en el periodismo, donde ha encontrado un espacio para escribir de problemas sociales, política y cuestiones futboleras, y ahora le cuenta a QUEHACER POLÍTICO su experiencia en los medios.

La lengua española como tesoro

De su infancia, Juan recuerda poco contacto con la literatura, pero sí con libros de historia y filosofía de su padre, Luis Villoro, “muy ajenos a los temas infantiles”. Incluso le llegó a preguntar a su papá en qué trabajaba y éste respondía que “investigaba el sentido de la vida” y eso le parecía muy abstracto porque “hubiera deseado que fuera abogado, médico, bombero, policía, algo concreto”.

Fuera de eso no le contaban cuentos, salvo algunas veces, su papá hacía una adaptación improvisada de La Ilíada o La Odisea y se la relataba. Más tarde, cuando sus padres se divorciaron, Juan se quedó con su madre, y sin las historias de su padre.

A finales de la secundaria y a punto de entrar a la preparatoria, un conocido suyo, a quien tampoco le gustaba leer, le recomendó De perfil, de José Agustín, con el que se identificó e “hice una lectura en espejo, sentí que formaba parte de mi vida” y por primera vez en su universo, el cual consideraba “común, banal y poco importante”, tenía la posibilidad de ser escritor.

Explica que pese a no haber tenido lecturas previas de su agrado, sus padres le dieron un amplio vocabulario. Estudió en el Colegio Alemán, donde todo se estudiaba en ese idioma, salvo la clase de español que “se convirtió en una lengua reprimida, casi clandestina y minoritaria”, aprender el alemán, sin ayuda y a lo largo de nueve años, era un reto.

Por esos tiempos, era aficionado de las crónicas deportivas de Ángel Fernández; en él encontraba una reinvención del futbol, de metáforas e historias cautivadoras. También se nutría de aquellas contadas por su abuela materna, quien siendo yucateca lo alimentaba de todo tipo de narraciones que le ayudarían en su vocación literaria.

Todo lo anterior se amalgamó “y me convertí en un escritor incultísimo porque había leído un libro por gusto y ya quería escribir otro”. Con esa idea se inscribió en el taller de cuento de Miguel Donoso Pareja, en el décimo piso de la torre de rectoría de la UNAM, donde se impartían otros dos: El de novela de Roberto Bolaño, y otro con Juan Bañuelos, de poesía.

Donoso Pareja “era un escritor ecuatoriano que vivió en México, era aventurero, había sido guerrillero maoísta, marino, se había casado no sé cuantas veces, tenía una personalidad colorida y aparte era un grandísimo maestro; él me tomó cuando yo tenía 15 años, me interrogó cuántos cuentos había escrito, dije que dos, en realidad era uno, y me puse a escribir inmediatamente otro para poder llevárselo”, recuerda Villoro.

El primer cuento, Los hijos de Aída, había ganado el segundo lugar del concurso de la revista Punto de partida, con el cual se sentía respaldado, y el segundo “era horroroso porque estaba interesado, y lo sigo estando, en la política. Creía de manera romántica que al hacer una denuncia literaria, la vida de sindicatos, obreros y desposeídos cambiaría, y quería hacer algo comprometido, pero era muy panfletario”. Donoso, entonces, expresó que debía distinguir entre el arte y la propaganda, pues el primero “tenía otras reglas, y fue mi primera enseñanza”.

Nunca pensó que pudiera ser periodista porque lo más cercano, la crónica realizada por Ángel Fernández, le parecía algo abrumador, cautivador y “jamás pensé en poder imitarlo; yo estaba hipnotizado por su talento, sin darme cuenta memorizaba y hasta la fecha me sé narraciones, descripciones y momentos que él cristalizó. Yo estaba ante un mago” al que admiraba y no pensaba estar a su altura.

De esa admiración obtendría dos regalos: El primero le hacía asociar el futbol con la palabra y su afición, y el segundo “me descubrió a la vocación por la narración, sin que me diera cuenta, porque él narraba historias extraordinarias de un partido aburridísimo y lo convertía en la guerra de Troya, y no pensé que fuera literatura porque no lo sabía”.

Tarde, pero seguro

Su entrada al mundo periodístico fue tardía porque Villoro es esencialmente escritor, aunque evoca que a los 14 años, en la secundaria, hacía un periódico con mimeógrafo llamado La tropa loca, el cual era un éxito porque trataba de los chismes de su salón “y me daba cierto poder porque a todo el mundo le interesaba quedar bien para esa sección; hacíamos 40 números y se vendían todos a 35 centavos el ejemplar”.

Como Juan iba a clases de guitarra al edificio Aristos, una tarde lo encontró en llamas y se quedó como tres horas entre los curiosos, “eso me cautivó y escribí un reportaje para La tropa loca”; sería su primer texto de no ficción “que me apartó de la nota de chismes y me alejó, digamos, de la vertiente de Pati Chapoy y me acercó por primera vez a un periodismo de reportaje, pero fue un ejercicio escolar”.

Pasados los años escribió para Punto de partida y en otros, lugares mientras, publicaba libros, incluida La noche navegable de cuentos, y Sergio Pitol, quien dirigía la revista La escena de Bellas Artes, le pidió una semblanza de Augusto Monterroso, quien había sido su segundo profesor de literatura, y escribió una crónica, aún así pasaron como cinco años para escribir periodismo.

En realidad, Villoro buscó el periodismo porque sentía aislamiento en la literatura de ficción, aunque ya había incursionado en la radio haciendo guiones de rock para el programa El lado oscuro de la luna de Radio Educación; le había propuesto el proyecto a Jaime Nualart, en ese entonces jefe de producción y amigo suyo; “se necesitaba un programa de rock y de la contracultura vinculada a él, las letras, el contexto y otras circunstancias no conocidas por la gente.

“No había estaciones de rock comerciales, los conciertos estaban prohibidos, no venían grupos de fuera. Era 1977 y había una enorme represión después de 1968, era un fenómeno de barriada, había pocas tiendas y revistas de rock, era un desafío cultural”, el programa duraría cuatro años “y fue para mí una escuela, vivía de él”.

Finalmente le llegó la oportunidad de trabajar como agregado cultural en Berlín, Alemania, y cuando regresó, trabajó en Notimex escribiendo textos; le había invitado Alejandro Rossi, al final decidió ser colaborador, combinarlo con la literatura, y “a partir de 1986 empecé a realizar un trabajo periodístico, entrevistas o reportajes, en Tierra adentro, Laberinto, Su otro yo o en El Nacional con José Carreño Carlón, quien fue muy generoso conmigo”.

Sus maestros fueron escritores como Donoso, Monterroso, Rossi, Pitol y amigos como Guillermo Samperio, Jaime Avilés. Siendo estudiante de Sociología tenía un profesor que los instaba a estudiar o terminarían de periodistas, “a él le parecía el peor insulto de la humanidad trabajar en eso”. Periodísticamente no tuvo muchos, salvo las pláticas con Julio Scherer, quien le ha dado buenos consejos.

El algún momento fue editor de cultura en La Jornada; fue complicado porque “nunca me ha gustado decidir el talento ajeno”, pero “como me dijo Gabriel Zaid cuando entré ahí, hay que entender que un buen editor se rige más por la negatividad que por la propuesta, es más bueno por lo que rechaza que por lo que acepta”, pero se dio cuenta que debía lidiar con el protagonismo de los colaboradores.

Lo bueno es que “tengo la satisfacción de haber sacado un suplemento que me gustaba mucho”, con poco dinero; la sección la había dirigido Roger Bartra, “a quien admiro y quiero”, y los nuevos “defendimos ese proyecto; hoy en día y por desgracia se han acabado los suplementos culturales, están feos, caros, se acabó esa tradición”.

Para él, ese suplemento realizado entre 1995 y 1998 combinaba lo periodístico con la ficción desde una visión de izquierda, e incluso “le pedimos a un periodista desconocido, Ciro Gómez Leyva, hiciera reportajes sobre cómo podía ser la transición a la democracia” porque “el periodismo de calidad siempre es cultura; nos metimos en temas políticos siempre desde una perspectiva cultural”, y aunque siempre ha sido conciliador, Carmen Lira apuntaba que “debía aprender a pelearse”, aunque al final ella le apoyaba.

De Octavio Paz, un ídolo, cambios y pasiones

Los momentos para Juan en el periodismo varían; como editor tuvo colaboradores de lujo como Octavio Paz y Vicente Leñero, quienes tuvieron modestia con él; el primero una vez le envió un artículo a destiempo que debía cortarse, y lo fue a ver, le explicó eso y éste accedió. Lo malo fueron las vanidades de ciertas amistades que escribían “y se ofendían si no salían en la portada o si compartían la plana, pequeñeces del alma humana”.

La entrevista más importante fue la de Ángel Fernández: “Tuve mucha suerte, escribí por eso Safari accidental porque uno va de cacería y pasan accidentes”, y charlaron todo un día, cuando estaba vetado en Televisa y TV Azteca. Más tarde, le hicieron un homenaje y basaron un documental de su vida en la entrevista hecha por él.

Otra fue la realizada a Gabriel Vargas, y “cuando sacaron un timbre de Borola Burrón le pidieron un texto y eligió uno mío; lo escribí en una revista erótica desaparecida de tercer mundo llamada Su otro yo, y el texto se fue a Tierra adentro; he escrito en medios de la periferia porque nunca he estado establecido y lo he hecho regularmente por amor al arte”.

El error, por otro lado, fue escribir una crónica de la ciudad vista desde un helicóptero publicado en la revista Laberinto, “salió mal y me arrepiento de haberla hecho… a veces te das cuenta, sabes que no te comprometes, pero a veces, cuando lo haces, ya no te puedes echar para atrás”.

Los cambios en el medio para él deben diferenciarse porque un columnista “es más la firma que un proyecto, y es cuando ya tienes trayectoria, pero los periodistas son una cosa y los periódicos otra; el individual es muy interesante, pero el colectivo creo que está muy mal y no estamos a la altura; pienso que hay muy buenos periodistas y malos medios porque viven de su importancia política y el apoyo económico, pero no del público, la mayoría”, de ahí que “soy optimista en cuanto al trabajo de los colegas y pesimista frente a los medios”.

Sus pasiones, por otro lado, son el futbol, la música, los viajes, la comida, “estar con mi hija, regreso a Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Ítalo Calvino, los filmes de Luis Buñuel y mi película favorita es Ladrones de bicicletas, me gusta Jim Jarmush, Aki Kaurismaki y otros”.

Su día de trabajo, inicia temprano cuando lleva a su hija a la escuela, luego regresa a su casa y escribe para Reforma y El periódico de Catalunya, “son columnas sobre problemas de América Latina, sacaré una novela para niños de 12 y 13 años en el FCE que se llama El libro salvaje; acabo de terminar una obra de teatro que se llama Muerte parcial, y saldrá un libro de ensayos en Anagrama que se llama De eso se trata”, finaliza.

JUAN VILLORO, datos de una vida

• Nació en el DF el 24 de septiembre de 1956.
• Es sociólogo por la UAM.
• Realizó el guión de la película Vivir mata, del director Nicolás Echevarría.
• Fue director del suplemento La Jornada Semanal, ha dado cursos de creación en el INBA, la UNAM, Yale, Boston y Pompeu Fabra.
• Ha colaborado para medios como: Cambio, Nexos, Vuelta, Siempre!, Proceso y Pauta, donde fue jefe de redacción; en La Jornada, unomásuno, Diorama de la Cultura, El Gallo Ilustrado, Sábado, entre otros. Ha sido cronista en mundiales de futbol como Italia 90, Francia 98 y Alemania 2006.
• Ha sido becario del INBA y del Sistema Nacional de Creadores.
• Ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1999, El Herralde por su novela El testigo en 2004 y el Antonin Artaud en 2008 por Los culpables.
• Algunos de sus libros son: Tiempo transcurrido, La noche navegable, El disparo de argón, La alcoba dormida, La casa pierde, Los once de la tribu, Efectos personales, Materia dispuesta, Las golosinas secretas, El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Dios es redondo, Safari accidental.