Contador incansable de historias y ganador de premios literarios importantes como
El Herralde y Antonin Artaud, Villoro ha escrito en todo tipo de medios, chicos y grandes, sin menospreciarlos, y ha logrado ya en el periodismo escrito un espacio respetable.
Tomado de Quehacer politico (http://www.quehacerpolitico.com.mx/revista.php)
Con una carrera prácticamente como escritor, Juan Villoro también ha sabido alternar sus tiempos en el periodismo, donde ha encontrado un espacio para escribir de problemas sociales, política y cuestiones futboleras, y ahora le cuenta a QUEHACER POLÍTICO su experiencia en los medios.
La lengua española como tesoro
De su infancia, Juan recuerda poco contacto con la literatura, pero sí con libros de historia y filosofía de su padre, Luis Villoro, “muy ajenos a los temas infantiles”. Incluso le llegó a preguntar a su papá en qué trabajaba y éste respondía que “investigaba el sentido de la vida” y eso le parecía muy abstracto porque “hubiera deseado que fuera abogado, médico, bombero, policía, algo concreto”.
Fuera de eso no le contaban cuentos, salvo algunas veces, su papá hacía una adaptación improvisada de La Ilíada o La Odisea y se la relataba. Más tarde, cuando sus padres se divorciaron, Juan se quedó con su madre, y sin las historias de su padre.
A finales de la secundaria y a punto de entrar a la preparatoria, un conocido suyo, a quien tampoco le gustaba leer, le recomendó De perfil, de José Agustín, con el que se identificó e “hice una lectura en espejo, sentí que formaba parte de mi vida” y por primera vez en su universo, el cual consideraba “común, banal y poco importante”, tenía la posibilidad de ser escritor.
Explica que pese a no haber tenido lecturas previas de su agrado, sus padres le dieron un amplio vocabulario. Estudió en el Colegio Alemán, donde todo se estudiaba en ese idioma, salvo la clase de español que “se convirtió en una lengua reprimida, casi clandestina y minoritaria”, aprender el alemán, sin ayuda y a lo largo de nueve años, era un reto.
Por esos tiempos, era aficionado de las crónicas deportivas de Ángel Fernández; en él encontraba una reinvención del futbol, de metáforas e historias cautivadoras. También se nutría de aquellas contadas por su abuela materna, quien siendo yucateca lo alimentaba de todo tipo de narraciones que le ayudarían en su vocación literaria.
Todo lo anterior se amalgamó “y me convertí en un escritor incultísimo porque había leído un libro por gusto y ya quería escribir otro”. Con esa idea se inscribió en el taller de cuento de Miguel Donoso Pareja, en el décimo piso de la torre de rectoría de la UNAM, donde se impartían otros dos: El de novela de Roberto Bolaño, y otro con Juan Bañuelos, de poesía.
Donoso Pareja “era un escritor ecuatoriano que vivió en México, era aventurero, había sido guerrillero maoísta, marino, se había casado no sé cuantas veces, tenía una personalidad colorida y aparte era un grandísimo maestro; él me tomó cuando yo tenía 15 años, me interrogó cuántos cuentos había escrito, dije que dos, en realidad era uno, y me puse a escribir inmediatamente otro para poder llevárselo”, recuerda Villoro.
El primer cuento, Los hijos de Aída, había ganado el segundo lugar del concurso de la revista Punto de partida, con el cual se sentía respaldado, y el segundo “era horroroso porque estaba interesado, y lo sigo estando, en la política. Creía de manera romántica que al hacer una denuncia literaria, la vida de sindicatos, obreros y desposeídos cambiaría, y quería hacer algo comprometido, pero era muy panfletario”. Donoso, entonces, expresó que debía distinguir entre el arte y la propaganda, pues el primero “tenía otras reglas, y fue mi primera enseñanza”.
Nunca pensó que pudiera ser periodista porque lo más cercano, la crónica realizada por Ángel Fernández, le parecía algo abrumador, cautivador y “jamás pensé en poder imitarlo; yo estaba hipnotizado por su talento, sin darme cuenta memorizaba y hasta la fecha me sé narraciones, descripciones y momentos que él cristalizó. Yo estaba ante un mago” al que admiraba y no pensaba estar a su altura.
De esa admiración obtendría dos regalos: El primero le hacía asociar el futbol con la palabra y su afición, y el segundo “me descubrió a la vocación por la narración, sin que me diera cuenta, porque él narraba historias extraordinarias de un partido aburridísimo y lo convertía en la guerra de Troya, y no pensé que fuera literatura porque no lo sabía”.
Tarde, pero seguro
Su entrada al mundo periodístico fue tardía porque Villoro es esencialmente escritor, aunque evoca que a los 14 años, en la secundaria, hacía un periódico con mimeógrafo llamado La tropa loca, el cual era un éxito porque trataba de los chismes de su salón “y me daba cierto poder porque a todo el mundo le interesaba quedar bien para esa sección; hacíamos 40 números y se vendían todos a 35 centavos el ejemplar”.
Como Juan iba a clases de guitarra al edificio Aristos, una tarde lo encontró en llamas y se quedó como tres horas entre los curiosos, “eso me cautivó y escribí un reportaje para La tropa loca”; sería su primer texto de no ficción “que me apartó de la nota de chismes y me alejó, digamos, de la vertiente de Pati Chapoy y me acercó por primera vez a un periodismo de reportaje, pero fue un ejercicio escolar”.
Pasados los años escribió para Punto de partida y en otros, lugares mientras, publicaba libros, incluida La noche navegable de cuentos, y Sergio Pitol, quien dirigía la revista La escena de Bellas Artes, le pidió una semblanza de Augusto Monterroso, quien había sido su segundo profesor de literatura, y escribió una crónica, aún así pasaron como cinco años para escribir periodismo.
En realidad, Villoro buscó el periodismo porque sentía aislamiento en la literatura de ficción, aunque ya había incursionado en la radio haciendo guiones de rock para el programa El lado oscuro de la luna de Radio Educación; le había propuesto el proyecto a Jaime Nualart, en ese entonces jefe de producción y amigo suyo; “se necesitaba un programa de rock y de la contracultura vinculada a él, las letras, el contexto y otras circunstancias no conocidas por la gente.
“No había estaciones de rock comerciales, los conciertos estaban prohibidos, no venían grupos de fuera. Era 1977 y había una enorme represión después de 1968, era un fenómeno de barriada, había pocas tiendas y revistas de rock, era un desafío cultural”, el programa duraría cuatro años “y fue para mí una escuela, vivía de él”.
Finalmente le llegó la oportunidad de trabajar como agregado cultural en Berlín, Alemania, y cuando regresó, trabajó en Notimex escribiendo textos; le había invitado Alejandro Rossi, al final decidió ser colaborador, combinarlo con la literatura, y “a partir de 1986 empecé a realizar un trabajo periodístico, entrevistas o reportajes, en Tierra adentro, Laberinto, Su otro yo o en El Nacional con José Carreño Carlón, quien fue muy generoso conmigo”.
Sus maestros fueron escritores como Donoso, Monterroso, Rossi, Pitol y amigos como Guillermo Samperio, Jaime Avilés. Siendo estudiante de Sociología tenía un profesor que los instaba a estudiar o terminarían de periodistas, “a él le parecía el peor insulto de la humanidad trabajar en eso”. Periodísticamente no tuvo muchos, salvo las pláticas con Julio Scherer, quien le ha dado buenos consejos.
El algún momento fue editor de cultura en La Jornada; fue complicado porque “nunca me ha gustado decidir el talento ajeno”, pero “como me dijo Gabriel Zaid cuando entré ahí, hay que entender que un buen editor se rige más por la negatividad que por la propuesta, es más bueno por lo que rechaza que por lo que acepta”, pero se dio cuenta que debía lidiar con el protagonismo de los colaboradores.
Lo bueno es que “tengo la satisfacción de haber sacado un suplemento que me gustaba mucho”, con poco dinero; la sección la había dirigido Roger Bartra, “a quien admiro y quiero”, y los nuevos “defendimos ese proyecto; hoy en día y por desgracia se han acabado los suplementos culturales, están feos, caros, se acabó esa tradición”.
Para él, ese suplemento realizado entre 1995 y 1998 combinaba lo periodístico con la ficción desde una visión de izquierda, e incluso “le pedimos a un periodista desconocido, Ciro Gómez Leyva, hiciera reportajes sobre cómo podía ser la transición a la democracia” porque “el periodismo de calidad siempre es cultura; nos metimos en temas políticos siempre desde una perspectiva cultural”, y aunque siempre ha sido conciliador, Carmen Lira apuntaba que “debía aprender a pelearse”, aunque al final ella le apoyaba.
De Octavio Paz, un ídolo, cambios y pasiones
Los momentos para Juan en el periodismo varían; como editor tuvo colaboradores de lujo como Octavio Paz y Vicente Leñero, quienes tuvieron modestia con él; el primero una vez le envió un artículo a destiempo que debía cortarse, y lo fue a ver, le explicó eso y éste accedió. Lo malo fueron las vanidades de ciertas amistades que escribían “y se ofendían si no salían en la portada o si compartían la plana, pequeñeces del alma humana”.
La entrevista más importante fue la de Ángel Fernández: “Tuve mucha suerte, escribí por eso Safari accidental porque uno va de cacería y pasan accidentes”, y charlaron todo un día, cuando estaba vetado en Televisa y TV Azteca. Más tarde, le hicieron un homenaje y basaron un documental de su vida en la entrevista hecha por él.
Otra fue la realizada a Gabriel Vargas, y “cuando sacaron un timbre de Borola Burrón le pidieron un texto y eligió uno mío; lo escribí en una revista erótica desaparecida de tercer mundo llamada Su otro yo, y el texto se fue a Tierra adentro; he escrito en medios de la periferia porque nunca he estado establecido y lo he hecho regularmente por amor al arte”.
El error, por otro lado, fue escribir una crónica de la ciudad vista desde un helicóptero publicado en la revista Laberinto, “salió mal y me arrepiento de haberla hecho… a veces te das cuenta, sabes que no te comprometes, pero a veces, cuando lo haces, ya no te puedes echar para atrás”.
Los cambios en el medio para él deben diferenciarse porque un columnista “es más la firma que un proyecto, y es cuando ya tienes trayectoria, pero los periodistas son una cosa y los periódicos otra; el individual es muy interesante, pero el colectivo creo que está muy mal y no estamos a la altura; pienso que hay muy buenos periodistas y malos medios porque viven de su importancia política y el apoyo económico, pero no del público, la mayoría”, de ahí que “soy optimista en cuanto al trabajo de los colegas y pesimista frente a los medios”.
Sus pasiones, por otro lado, son el futbol, la música, los viajes, la comida, “estar con mi hija, regreso a Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Ítalo Calvino, los filmes de Luis Buñuel y mi película favorita es Ladrones de bicicletas, me gusta Jim Jarmush, Aki Kaurismaki y otros”.
Su día de trabajo, inicia temprano cuando lleva a su hija a la escuela, luego regresa a su casa y escribe para Reforma y El periódico de Catalunya, “son columnas sobre problemas de América Latina, sacaré una novela para niños de 12 y 13 años en el FCE que se llama El libro salvaje; acabo de terminar una obra de teatro que se llama Muerte parcial, y saldrá un libro de ensayos en Anagrama que se llama De eso se trata”, finaliza.
JUAN VILLORO, datos de una vida
• Nació en el DF el 24 de septiembre de 1956.
• Es sociólogo por la UAM.
• Realizó el guión de la película Vivir mata, del director Nicolás Echevarría.
• Fue director del suplemento La Jornada Semanal, ha dado cursos de creación en el INBA, la UNAM, Yale, Boston y Pompeu Fabra.
• Ha colaborado para medios como: Cambio, Nexos, Vuelta, Siempre!, Proceso y Pauta, donde fue jefe de redacción; en La Jornada, unomásuno, Diorama de la Cultura, El Gallo Ilustrado, Sábado, entre otros. Ha sido cronista en mundiales de futbol como Italia 90, Francia 98 y Alemania 2006.
• Ha sido becario del INBA y del Sistema Nacional de Creadores.
• Ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1999, El Herralde por su novela El testigo en 2004 y el Antonin Artaud en 2008 por Los culpables.
• Algunos de sus libros son: Tiempo transcurrido, La noche navegable, El disparo de argón, La alcoba dormida, La casa pierde, Los once de la tribu, Efectos personales, Materia dispuesta, Las golosinas secretas, El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Dios es redondo, Safari accidental.
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