En el año 2001 tuve una breve columna en el periódico Letras. Me preguntaba el director Nestor Caballero cuál sería el nombre que escogería para ese espacio. Aunque duró unas cuantas semanas (Nestor como director y, por ende, la columna) me gustó mucho la experiencia. El nombre, por supuesto, era: Con ojos de cronopio...
Aquí les coloco el texto que inaguró la columna y que explica la intención:
A dos señores cronopios: Manuel Guzmán y Nestor Caballero
Han pasado casi 40 años de la publicación de Historia de cronopios y famas del escritor argentino Julio Cortázar y pareciera que su ocurrente clasificación de la humanidad sigue más vigente que nunca. Por allí continúan las esperanzas, caídas de un cocotero y sin saber cómo atarse los zapatos. Por supuesto, los famas, ahora más que nunca, siguen alimentando su capacidad de ofrecer gestos generosos –pero insinceros–, cerrando sus fábricas y dando banquetes llenos de discursos fúnebres. Por último, no podían faltar los cronopios, quienes persisten en no desanimarse ante la vida, a pesar de encontrar siempre los hoteles llenos y las esperanzas llorando por las maldades de los famas. A pesar de todo, los cronopios, todavía a la hora de dormir, se dicen unos a otros: «La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad».Sin embargo, hay cosas que aclarar. Siempre se ha creído que los cronopios son bohemios, desganados, faltos de respeto y vividores. Todo lo contrario, ellos son así porque conocen la realidad que les ha sido prohibida a las esperanzas y a los famas –los primeros por ingenuos y los segundos por excesivamente sistemáticos–. Los cronopios leen entrelíneas, ven a través de los velos y no se dejan engañar por los espejos. En otras palabras, sus ojos les han permitido vivir y estar condenados a conocer la verdadera vida, la realidad; no ésa milimétricamente construida por los famas para que las esperanzas no se desencajen y sigan aferrados a una irrealidad inventada, premeditada.
En Venezuela, no cabe duda de ello, la clasificación cortazariana es real. En tiempos de revolución, los famas hacen de las suyas, las esperanzas entristecen sin saber porqué y los cronopios observan, critican, gritan, develan, descubren, cantan sus canciones favoritas y aman a sus hijos.
Desde esta tribuna cedida por Letras, modestamente y si se puede una vez por semana, se abrirán los ojos de un cronopio para ofrecer lecturas posibles a irrealidades construidas por los famas –desde sus fábricas, banquetes, tribunas políticas, muros burocráticos, medios de comunicación, ámbitos académicos, cuotas de poder, etc.– y para alimentar la convicción de que, algún día, más de una esperanza aprenderá a amarrarse los zapatos y a decir antes de acostarse: «La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad».
Periódico Letras. Febrero de 2001