Este breve ensayo fue escrito como trabajo final de la asignatura Filosofía Moderna del curso propedéutico del Doctorado de Filosofía Iberoamericana de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). El profesor y amigo Luis Alvarenga propuso al grupo un interesante ejercicio: identificar aspectos de los estudiado en un texto literario. He aquí el intento...
“La naturaleza era bella cuando al mismo tiempo parecía ser arte, y el arte no puede llamarse bello más que cuando, teniendo nosotros conciencia de que es arte, sin embargo parece naturaleza”. (Kant. Crítica del Juicio)
Para Kant, la
obra de arte no es mera imitación de la naturaleza. Aún cuando la naturaleza
siempre superará al arte y ella (la naturaleza) es el principio de “lo
estético”, existe una autonomía que hace que percibamos, en la apreciación de
un producto artístico, un mundo independiente que nos atrapa, nos subyuga y nos
sumerge plácidamente en ese ambiente creíble y, en apariencia, “verdadero”,
pero que en definitiva ha sido construido magistralmente por un ser humano que,
con su sensibilidad, su destreza y su inventiva, se ha convertido en artífice
de una realidad, en el fondo virtual, no real.
Este fenómeno
estético se puede apreciar en todas las expresiones artísticas. Pero la
manifestación que nos ocupa en este ensayo, como ninguna, requiere un doble
esfuerzo de virtualidad. La literatura, y sobre todo la del género fantástico y
el de ciencia ficción, debe construir un mundo virtual, creíble y aceptable, en
dos niveles. Como ya lo han advertido los narratólogos, la creación literaria
ha de trabajarse, de hecho, en dos ámbitos o categorías bien diferenciadas: el
discurso y la historia. A nivel del discurso, entra en juego las habilidades
lingüísticas, es decir, el “creador” debe conocer y dominar el uso estratégico
del lenguaje, como instrumento de construcción de mundos virtuales. Por otro
lado, en el ámbito de la historia, la habilidad ya no es meramente
lingüística-discursiva, sino más compleja. El autor debe “inventar” un mundo
histórico, es decir, un espacio y un tiempo en el que interactúan personas
situadas en una realidad concreta, el cual luego será representado
lingüísticamente. Ese mundo, aunque es virtual, debe ser en apariencia real.