lunes, 16 de diciembre de 2024

La dependencia estructural: Un recorrido conceptual


Este breve ensayo fue escrito para el PNFA en Historia de Unearte-CNEH, específicamente para el seminario “Dependencia Estructural en el devenir de la Venezuela Republicana (Parte 1)”, dictada por Vladimir Adrianza, período lectivo 2022-2. 

En lo que se llamó el primer ciclo progresista de América Latina (2000-2012), período en el que gobiernos de izquierda y centro-izquierda detentaron el poder en países como Venezuela, Bolivia, Brasil, Nicaragua, Argentina, Paraguay, Uruguay, El Salvador, Honduras, entre otros, se retomó con fuerza el concepto de “independencia”. Este término fue insistentemente utilizado, desde hace exactamente 200 años y luego de los procesos de emancipación hispanoamericana de principios del siglo XIX, para describir el producto o estadio final de aquellos acontecimientos sociales, políticos y militares que llevaron, precisamente, a muchas de esas mismas naciones a declarar su libertad ante el imperio español.

Para nadie es un secreto que Venezuela fue un pilar fundamental para retomar en los albores e inicios del siglo XXI el concepto de independencia y posicionarlo no solo en el ámbito regional sino también hemisférico y global. Que países históricamente dependientes de potencias imperiales enarbolaran por sus nuevas condiciones una renovada bandera de lucha por su emancipación definitiva, anunciaba además la reactivación de un proceso inconcluso, lo cual puso en alerta a todas aquellas potencias (específicamente, Estados Unidos y la Unión Europea) que vieron amenazadas su hegemonía.

Precisamente, eso planteó una nueva guerra de independencia, la cual estuvo y está actualmente dirigida a romper de una vez por todas con esa dependencia estructural a la cual Venezuela ha estado históricamente sometida desde la colonia, pero fundamentalmente en su etapa republicana, como país de la periferia, es decir, explotado y sometido para cumplir el exclusiva papel de proveedor de materias primas, específicamente en asuntos energéticos, dado su característica por todos conocida de ser la mayor reserva petrolera del planeta. 

Esta política de imposición ha sido diseñada, dirigida y férreamente ejecutada por las aún naciones hegemónicas o “del centro”, las cuales con la llegada de esos gobernantes progresistas de la región nuestramericana vieron su rol en el concierto mundial de naciones, como ya planteamos, peligrosamente amenazado. ¿La respuesta? Una arremetida brutal en materia diplomática, en una primera etapa; y una intensificación a niveles nunca vistos en materia económica, financiera y comercial contra Venezuela, y que vemos concretada en los últimos años en los decretos ejecutivos y las sanciones impuestas que atentan contra el derecho público internacional y todos los tratados multilaterales existentes.

Sin embargo, es necesario ahondar más en esa evidente dicotomía que hasta ahora hemos perfilado tímidamente. ¿Por qué se plantea una tensión conceptual entre dos términos como lo son dependencia e independencia? ¿Qué constituye sustancialmente esa dependencia? ¿Por qué podemos identificarla como una dependencia estructural? Y, sobre todo, para el propósito de este ensayo: ¿Cómo se ha impuesto discursiva y simbólicamente, es decir, culturalmente, esa dependencia más allá del ámbito puramente económico, comercial y financiero?

La dependencia como concepto

El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra dependencia con los siguientes conceptos:

1. f. Subordinación a un poder.

2. f. Relación de origen o conexión.

3. f. Sección o colectividad subordinada a un poder.

4. f. Oficina pública o privada, dependiente de otra superior.

5. f. En un comercio, conjunto de dependientes.

6. f. Cada habitación o espacio de una casa o edificio.

7. f. Situación de una persona que no puede valerse por sí misma.

8. f. Necesidad compulsiva de alguna sustancia, como alcohol, tabaco o drogas, para experimentar sus efectos o calmar el malestar producido por su privación.

9. f. desus. Negocio, encargo, asunto .

Para los objetivos que persigue este ensayo y el marco temático en el que se trata sería obvio detenernos en la primera acepción: “Subordinación de poder”, pues la dependencia estructural de Venezuela es, fundamentalmente, una subordinación de poder impuesta, en su etapa republicana, por la máxima potencia regional: los Estados Unidos de Norteamérica. Y es así. Los EEUU, por medio de una coacción política ejecutada desde principios del siglo XX (primer boom petrolero 1920-1935), comenzó a construir ese esquema de dependencia en el que nuestro país debía servir, en la naciente división internacional del trabajo, como un proveedor de materia prima para que la gran potencia garantizará su desarrollo energético y, en consecuencia, su progreso y su estabilidad como nación poderosa. 

Pero veamos cómo otras acepciones del DRAE nos permiten entender el naciente carácter “estructural” de esa dependencia. Detengámonos en el concepto Nº2 de “Relación de origen o conexión”. La expansión internacional de la industria petrolera estadounidense, como era de esperarse, coincide con la naciente industrialización de la extracción de hidrocarburos en Venezuela. 

Aunque ya operaban compañías anglo-holandesas, como explica Ramírez Vera (2007), con la llegada de la Standard Oil (de New Jersey) en 1921 comienza una nueva etapa de dominio norteamericano en la industria venezolana. A ésta le siguieron la Orinoco Oil Co. (de Delaware) en 1923, la Venezuelan Atlantic Refining Co. (de Delaware también) en 1925, la Texas (del mismo estado) en 1927 y la California Petroleum Corporation en 1931. Estas empresas, junto a inglesas y holandesas (las cuales, a juicio de Brito Figueroa, fueron desplazadas cuantitativa y cualitativamente por EEUU), sumaban más de un centenar de compañías trasnacionales. Estamos ante lo que denomina el historiador venezolano Brito Figueroa una etapa de neocolonialismo, favorecida en nuestro país por las élites caraqueñas y la “dictadura petrolera” de Juan Vicente Gómez.

Vemos aquí entonces lo que nos advierte (tal vez sin querer) el DRAE al referirse a una dependencia basada en una relación “de origen o conexión”, pues precisamente y, como hemos visto, dos hechos están estrechamente conectados, tanto en su génesis u origen como en sus etapas tempranas de desarrollo: la expansión trasnacional de las compañías estadounidenses y la consecuente industrialización petrolera en Venezuela. Las empresas norteamericanas vieron en Venezuela y otras naciones del Caribe, tanto por la naturaleza de sus gobiernos y élites nacionales, como por su carácter geoestratégico (cercanía geográfica para su dominio hemisférico, por ejemplo), cómo el petróleo de la región debía ser explotado, refinado e importado por los EEUU, fundamentalmente para su consumo interno y, por ende, para su desarrollo.

De hecho, esto creó también lo que vemos en el DRAE en su acepción Nº3, al convertir a Venezuela en una “sección o colectividad subordinada a un poder”, en este caso una nación subordinada a la industrialización petrolera estadounidense, bajo un engaño evidente de ayuda al desarrollo nacional, lo cual justamente era todo lo contrario, pues atentaba contra su independencia y soberanía. Ello, pues empujó a nuestra Patria, repetimos, a una subordinación, no solo social y política, sino fundamentalmente económica y, en concreto, energética. Asimismo, cumplía con eso que advirtió Brito Figueroa (1981) de someter a Venezuela y su economía al capital monopolista internacional.

“... Estados Unidos era un país imperialista con ímpetus juveniles, que había crecido territorialmente dentro de sus propias fronteras y a expensas de sus vecinos, al calor de la política de «América para los americanos»; sus rivales en el reparto del mundo, los antiguo imperios financieros de Europa, habían recibido de frente el impacto de la guerra y perdido importantes áreas de sus más codiciadas colonias y zonas atrasadas propicias para la inversión de excedentes de capital”. (Brito Figueroa, 1981: 430-431)

Por tal razón la riqueza petrolera venezolana, a juicio del historiador, fue ampliamente codiciada en el contexto financiero mundial, por lo que el interés de los monopolios se intensificó a partir de la década de los 20 del siglo pasado con las noticias de los recientes y abundantes yacimientos del nuevo oro negro.

Esto provocó también la subordinación, bajo el poder imperial, de todo un colectivo (como enuncia el DRAE), es decir, poblaciones enteras de un país, hasta ese momento agroproductor y agroexportador, el cual se convirtió casi por completo en un proletariado o contingente enorme de trabajadores petroleros (obreros y administrativos), lo cual ocasionó a su vez una reconfiguración socio-cultural en el país, debido a las migraciones internas, el sometimiento laboral a nuevos esquemas, la adaptación violenta a nuevas prácticas sociales (lo que significó la cultura del “campo petrolero”, por ejemplo) y su consecuente cambio social.

No podemos obviar la explicación que nos permite el DRAE en su concepción Nº7: Situación de una persona que no puede valerse por sí misma. 

Venezuela, en la división internacional del trabajo, se vio arrastrada a una consecuente dependencia económica (Giddens, 2001), pues al ser un país rural y atrasado “no podía valerse por sí misma”. 

El concepto administrativo de la división del trabajo fue trasladado a la expansión económica de las grandes naciones para explicar cómo las potencias del centro han de detentar una función hegemónica y, por tanto, los países de la periferia (en término de Wallerstein) deben cumplir con un rol, pues al no estar desarrollados o estar en vías de lograrlo, precisamente por esa minusvalía, debían limitarse a ser proveedores de materia prima.

Asimismo, esta interdependencia económica debía provocar los mismos efectos que vio Marx en la alienación de los trabajadores en la industrialización y el surgimiento del trabajo asalariado, esta vez en los países periféricos, los cuales en el sistema capitalista global acabarían adoptando un papel meramente instrumental, alienados al rol que debían cumplir. 

Esto se evidencia de manera brutal en la histórica dependencia de los Estados Unidos a nuestro petróleo y la dependencia de Venezuela a la tecnología de los EEUU para el desarrollo verdadero o real de nuestra industria energética.

Estamos ante una interdependencia que no deja por fuera una de las últimas propuestas conceptuales del DRAE sobre la dependencia: “Necesidad compulsiva de alguna sustancia, como alcohol, tabaco o drogas, para experimentar sus efectos o calmar el malestar producido por su privación”. Como un alcohólico o un adicto depende del licor o la droga, los EEUU, para experimentar sus efectos y calmar su malestar (llamemos, económico o imperial), ha de mantener esa “necesidad compulsiva” por nuestra más preciada riqueza natural. Sin el petróleo venezolano, EEUU –entonces y ahora- se deterioraría a niveles insospechables, pero que ellos muy bien conocen.

Un problema ontológico

En el apartado anterior intentamos esquematizar someramente la interdependencia impuesta “EEUU-Venezuela”, en materia económica, social, política tecnológica y cultural en torno a la materia energética-petrolera. Ahora ensayaremos arrojar algunas luces del porqué llamamos a esta dependencia una de tipo estructural.

Creemos que, para Brito Figueroa, el inicio del dominio petrolero de los EEUU en Venezuela éste ya era de carácter estructural, pues abarcaba los ámbitos, tales como el político (alianza con las élites locales, gestión de lobby de intermediarios nacionales y el evidente apoyo del gobierno gomecista), el económico (instalación y operación de consorcios estadounidenses como el Rockeffeler que modificaron los esquemas económicos locales), el cultural (la imposición de prácticas socio-culturales como la música, el béisbol, el esquema bancario, entre otros) y el social (la irrupción de nuevas clases sociales y nuevas prácticas colectivas).

Uno de los libros básicos para entender históricamente la dependencia estructural, como manifestación del imperialismo norteamericano en los países de la periferia y el impacto en sus sociedades, es “Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina” del sociólogo brasilero Octavio Ianni (Ediciones Siglo XXI, México: 1970), en el cual sostiene que dicha dependencia es estructural porque deja huellas en todos los ámbitos de la sociedad que es sometida a esa dependencia.

Para Inanni (1971), en su artículo “Dependencia estructural” (Revista Nacional del Comercio Exterior de México), los fenómenos relativos a la dependencia, como producto de la internacionalización de los procesos productivos, son evidentes en la historia de América Latina, pues se manifiestan en las relaciones económicas, políticas, culturales, religiosas, militares.

“Mientras tanto, en perspectiva histórica se observa que las situaciones concretas de dependencia dejan huellas en la sociedad. A veces éstas se tornan irrelevantes o son redefinidas según nuevas condiciones de funcionamiento y transformación de la sociedad. Otras veces, sin embargo, las huellas quedan incorporadas en sus estructuras básicas. Debido a la continuidad y desarrollo de la situación de dependencia, se van sumando y reintegrando las huellas y las experiencias pasadas. Ellas pueden penetrar las relaciones y procesos económicos, políticos, culturales, ecológicos y otros. En algunos casos, la situación de dependencia puede determinar tanto el modo de ser como las perspectivas de las sociedades así constituidas”. (Ianni, 1970: 1131)

Resulta de especial interés para este apartado lo descrito por el teórico brasilero sobre la “determinación del modo de ser” y la “constitución de las sociedades” como productos de los esquemas de dependencia. He allí el meollo del asunto. La dependencia es estructural, desde el punto de vista esencial, metafísico o filosófico, porque modifica el modo de ser de los componentes de una realidad humana concreta, intervenidos con los procesos históricos que han transformado estratégicamente la constitución de dichas sociedades.

Estamos ante algo ya asomado en la cátedra por el profesor Vladimir Adrianza: la dependencia estructural, en definitiva, esencial y sustancialmente, es un problema ontológico, pues el esquema de intervención imperialista modifica la realidad de las naciones en todos sus aspectos. Es decir, en palabras de Ianni (1970), interviene en la constitución compleja de la realidad concreta de cada país, lo cual la hace distinta a la que existía antes de la incursión multidimensional o estructural de las nuevas fuerzas imperialistas.

Retórica o discursivamente, esto fue impuesto mediáticamente con un discurso de promesas de progreso o de desarrollo industrial integral para los países de la periferia, lo cual atacó frontalmente la teoría marxista de la dependencia, al desmontar la falsa creencia de que los países “en vías de desarrollo” podrían alcanzar un estadio superior si seguía los lineamientos impuestos por los países desarrollados a través de sus mecanismos, especialmente diseñados para el ejercicio de su hegemonía y, en definitiva, para mantener esa relación de dependencia.

¿Cómo vencer la dependencia estructural?

Una pregunta difícil de dar solución. Una respuesta posible es, como se ha señalado en la Cátedra, citando la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, lo establecido en su artículo 2: “La seguridad de la Nación está fundamentada en el desarrollo integral”. Este último se define en el artículo 4, como “la ejecución de planes, programas, proyectos y procesos continuos de actividades y labores que acordes, con la política general del Estado y en concordancia con el ordenamiento jurídico vigente, se realicen con la finalidad de satisfacer las necesidades individuales y colectivas de la población, en los ámbitos económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar”.

Si Venezuela no se desarrolla de manera integral no podrá vencer la dependencia estructural a la cual ha estado sometida por casi más de un siglo en materia petrolera. Sin embargo, el carácter estructural abarca, como vimos en el apartado anterior, un problema más complejo aún: lo ontológico. En la realidad compleja y dinámica somos dependientes, no sólo en lo económico, comercial y financiero, sino también y fundamentalmente en la constitución sustantiva de nuestra realidad intramundana y, de suyo, en la conformación esencial del ser venezolano.

Todo proceso de emancipación e independencia, lo cual aprendimos en nuestros procesos políticos de liberación del siglo XIX y en el proceso bolivariano de los últimos 20 años, debe venir acompañado del desmontaje de todo el andamiaje estructural que ha soportado la dependencia, pero también del desmantelamiento de aquellas estructuras simbólicas, discursivas, comunicacionales, en definitiva, culturales, que han fundamentado dicha dependencia.

Si el maestro Brito Figueroa señalaba la existencia de un nuevo tipo de neocolonianismo, entonces es obvio que esta etapa vino acompañada, como ya señalamos, de un intenso montaje operativo de estructuras neocoloniales desde un punto de cultural que afianzaron y permitieron la instalación, la operación y el mantenimiento de las relaciones de dependencia.

Ante esto, en las últimas décadas ha tomado muchísima fuerza, en el ámbito académico y en el campo político, las teorías decoloniales, las cuales buscan, precisamente, servir de base para el desmontaje, no sólo desde una perspectiva política (del poder) sino también desde un punto de vista epistemológico (del saber), pero esencialmente desde lo ontológico (del ser), de aquellas estructuras que aún fundamentan la dependencia de nuestro países sometidos.

Quijano (2011, en Panotto, 2020), para describir el llamado “giro decolonial”, ya presentaba la tríada de colonialidad del poder, colonialidad del saber y colonialidad del ser, para describir los tres estadios en los que funcionan las dinámicas sociopolíticas coloniales aún presentes en el mundo globalizado contemporáneo.

La colonialidad del poder refiere todos los mecanismos de control y las lógicas de dominio que prevalecen en el mundo globalizado. Sin duda, una de las centrales es el poderío militar y armamentista que detentan las grandes potencias mundiales, especialmente EEUU, y que ha servido de escudo o mascarón de proa para ejecutar sus políticas imperiales los últimos siglos. 

La colonialidad del saber toca los dispositivos instalados en diversos ámbitos del quehacer humano para divulgar, promover e imponer conocimientos y saberes, tanto de carácter científico y académico, como también populares, para fundamentar las estructuras de dependencia.

“... se extiende sobre los parámetros de construcción de conocimiento y todos sus campos de incidencia (la academia, la escuela, los intelectuales y, más concretamente, los diversos procesos de valoración epistemológica), donde las nociones de objetividad y veracidad van de la mano de una episteme ligada a la supuesta sutura de lo racional, lo ilustrado y todos sus dispositivos académicos, los cuales, a su vez, sirven a la legitimación de lo moderno y occidental como marcos hegemónicos de sentido”. (Panotto, 2020: 46)

Por último, la colonialidad del ser, tan importante como las dos anteriores, “involucra más concretamente las dimensiones ontológicas dominantes y las operaciones tanto de codificación como de legitimación de la alteridad”, es decir, es la referida a los procesos de autorreconocimiento y reconocimiento del otro, en el que nos vemos como seres insertos en una lógica global, ideal y contemporánea, en el que la otredad no existe o es invisibilizada por la lógica cultural y social, con lo cual, como en la película Matrix (1999), creemos vivir en una realidad real, desconociendo o ignorando que esa realidad ha sido impuesta por las estructuras de poder y de saber.

¿Cómo vencer entonces esta dependencia estructural, legada del neocolonialismo y con sus estructuras férreas de colonialidad, las cuales no fueron desmontadas ni siquiera luego de los procesos independentistas del siglo XIX?

Además del desarrollo integral de la Nación, se requiere ineludiblemente de la formación de una conciencia crítica colectiva que tome en cuenta la existencia de ese andamiaje estructural que históricamente ha sostenido la dependencia de Venezuela.

Sin duda, la Revolución Bolivariana inició, desde el mismo 1999, un proceso de desmontaje de dichas estructuras, en los ámbitos del poder, del saber y del ser, lo cual facilitó la producción de cambios sustantivos, pero sobre todo permitió a todo un pueblo resistir los embates y las arremetidas que, en respuesta a esos cambios, el imperialismo norteamericano y europeo han ejecutado los últimos años, a partir, además, de la configuración del mundo multipolar y pluricéntrico, la irrupción de nuevas fuerzas nacionales en el planeta (Rusia, India, Irán, etcétera), en muchos casos aliados con Venezuela y en concordancia con nuestros objetivos estratégicos de emancipación e independencia definitiva de los nuevos yugos hegemónicos.

Bibliografía

Brito Figueroa, F. (1981). Historia económica y social de Venezuela. Tomo II. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central  de Venezuela

Giddens, A. (2001). Sociología. Madrid: Alianza, 2002.

Ianni, O. (1970). Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina. México: Ediciones Siglo XXI.

Ianni, O. (1971). La dependencia estructural. Revista de Comercio Exterior. Nº9. México: Ediciones del Banco de Comercio Exterior. Consultado el 6 de marzo de 2023. Web: http://revistas.bancomext.gob.mx/rce/magazines/623/6/RCE9.pdf

Ley Orgánica de Seguridad de la Nación. Gaceta Oficial N°6.156.

Lossaco, J. (Comp.) (2020). Pensar distinto, pensar de(s)colonial. Caracas: Editorial El Perro y la Rana.

Quijano, A. (2011). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en Edgardo Lander, La colonialidad del saber, Buenos Aires, CIC- CUS/CLACSO, 2011, pp. 219-264.

Ramírez Vera, D. (2007). El surgimiento del conflicto por a renta del petróleo preámbulo histórico a la coyuntura actual (1917 a 1936). Análisis Político, 20(59), 24-45. Consultado el 06 de marzo de 2023. Web: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-47052007000100002&lng=en&tlng=es

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