Sin duda alguna, no se puede reflexionar acerca de la política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU) sin tomar en cuenta las doctrinas que la sustentan. Pero para entender dichas doctrinas y sus implicaciones en el accionar de esa nación en el escenario internacional, hay que apreciarlas en su justa dimensión. Es decir, deben pensarse críticamente, no solo en y desde el enunciado mismo o desde los términos y conceptos que la componen, lo cual sería extremadamente limitativo. Al contrario, se trata de fundamentar un constructo teórico-conceptual a partir de los contenidos pero en su situación o contextualización discursiva, en otras palabras, desde los aspectos esenciales de su exterioridad como, por ejemplo, su origen etimológico, sus usos o utilidad política, su génesis histórica y, por último, aquella constelación pragmática que la sustenta: instituciones, productores, difusores, intencionalidades, receptores potenciales, expectativas, contextos de producción y recepción, efectos perlocutivos, entre otros. La corriente historiográfica que se encarga de esos menesteres es la historia conceptual o historia de los conceptos, pero en este brevísimo texto intentaremos un abordaje desde los principios fundamentales del análisis crítico del discurso, el cual según sus categorías generales, nos permite una mirada más amplia (discursiva, por tanto) de nuestro objeto de estudio: el excepcionalismo estadounidense.
El excepcionalismo estadounidense es aquella doctrina que históricamente ha colocado a los Estados Unidos de Norteamérica, casi desde su inicio como nación independiente, como un pueblo o país que, por sus características únicas y excepcionales, de alguna forma está predestinado para estar por encima del resto de países que conforman el escenario político y militar del planeta y, por tanto, ejercer una dominio y un control sobre ellos.
¿Una doctrina?
Lo primero es analizar porqué algunos académicos, historiadores, autores, comentaristas o periodistas, denominan “doctrina” este tema, incluso cuando la mayoría de los escritos le nombran sin siquiera clasificarlo.
Nominalizar o, simplemente, nombrar o bautizar nominalmente “algo”, es una estrategia muy fuerte desde el punto de vista retórico, pues en el caso de este tipo de “excepcionalismo” en particular, éste pasa de ser una afirmación o un señalamiento para convertirse en una realidad concreta. Esto quiere decir que dejó de ser ese “algo” que “alguien” dijo “alguna vez”, para convertirse en una materialidad indiscutible, inamovible y pétrea de “lo que es”, en este caso, la nación norteamericana.
Aquí estamos en el terreno ontológico, es decir, hemos de considerar, sin discusión posible, la esencia o lo que sustancialmente “es” ese país: un ente o ser “excepcional”. Por lo tanto, aceptado esto como una realidad concreta y no ya como una idea, no se puede poner en duda que los EEUU son “excepcionales”. Estamos ante algo que no se puede discutir y que, en consecuencia, es doctrinario. El origen etimológico de doctrina proviene de “doxa”, un saber no comprobable o verificable, que se transmite de un grupo dominante a otros colectivos a través de la prédica, de la palabra. Es imposible, entonces, dejar de percibir los ecos de doctrinas religiosas o políticas que, como paradigmas complejos, abarcadores y hegemónicos, son transmitidos, aceptados y practicados sin crítica ni reflexión. Ése es uno de los mayores logros retóricos de los padres fundadores estadounidenses, quienes apoyados en sus particulares interpretaciones de la doctrina cristiana (recordemos que todos eran protestantes), lograron que sus prédicas en lo político fueran aceptadas sin discusión alguna, entre ellas su carácter excepcional como nación.
Origen mítico de la doctrina
Otra estrategia retórica poderosa, desde el punto de vista discursivo, es crear un origen difuso, ambiguo y poco verificable a aquellas afirmaciones que, para convertirlas en realidades concretas y aceptadas, no pueden explicarse de manera racional sino mítica. Por tal razón, tanto las doctrinas religiosas como las políticas se fundamentan en orígenes de orden mitológico, es decir, relatos heroicos llenos de proezas excelsas, en escenarios extravagantes, que realzan aquellas características que cimentarán la doctrina y sus aspectos morales o de acción.
El origen mitológico del excepcionalismo estadounidense no es, valga la redundancia, la excepción. Para algunos, se remonta al sermón ofrecido por uno de los primeros colonos, John Winthorp, frente a la bahía de Massachusetts, hoy Boston, en 1630. Winthorp fue un abogado inglés pero sobre todo un religioso. En síntesis, el sermón transmite el carácter excepcional (aunque no usa el término ni ningún otro de la familia del mismo) de aquellos hombres y mujeres de fe, quienes son los ungidos por la providencia y bendecidos por Dios para obrar con bien y con templanza. Eso sí, el sermón comienza diferenciando a ricos y pobres. Los ricos actuarían con misericordia y los pobres con obediencia, pero ambos por el bien común. Lo que hace mítica esta narrativa es el escenario. Winthorp escribió el sermón en un barco, The Arbella, y ofreció sus palabras en la bahía a su llegada ante la multitud. El mensaje divino siempre viene de lejos, luego de una larga travesía iniciática. Incluso, algunos lo comparan con el sermón de la montaña o de la colina, con claros matices mesiánicos o crísticos y que, a juicio de Iglesias Cavicchioli (2018), se ha convertido en el lugar común del encuentro entre lo religioso y lo político en los EEUU, desde Winthorp hasta Trump, pasando por el reverendo Martin Luther King en los años 60 del siglo XX.
El otro origen mítico proviene del célebre texto del pensador francés Alexis de Tocqueville, quien en 1835 publicó por primera vez sus reflexiones sobre un viaje que realizó a los Estados Unidos en 1831 para apreciar el sistema penitenciario de esa pujante nación. Su estadía se limitó a nueve meses, pero le bastaron para hacerse una idea de la naturaleza de la naciente democracia. El texto se tituló “La democracia en América” y en él se utilizó por primera vez el término “excepcional” para describir tanto el país como su pueblo. La visión particular de Tocqueville se centró además en torno a lo religioso, ya que admiró extasiado, desde su visión como católico practicante, cómo las primeras leyes estadounidenses se basaron fundamentalmente en las “sagradas escrituras”. Lo cierto es que sigue explotándose, como mito originario, la especial percepción que tuvo el francés para caracterizar como excepcional al pueblo estadounidense, ya que en el texto fue también, de alguna forma, visionario (por no decir premonitorio) de lo que sería, por ejemplo, la abolición de la esclavitud y cómo ello provocaría un enfrentamiento bélico entre sectores de la sociedad de ese país. Lo que sería la Guerra Civil, sin duda.
Entonces, estamos ante un hecho mítico originario, sustentando en el sermón de Winthorp (1630) y en una profecía cuasi sagrada ensalzada con las premoniciones de Alexis de Tocqueville (1835), aspectos que fundamentan la doctrina del excepcionalismo estadounidense.
La difusión doctrinaria
Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), una doctrina se reconoce, como señalamos más arriba, cuando ésta se transmite por medio de la prédica, por medio de la palabra. Es decir, que la doctrina forma parte de una tradición. ¿Por qué? Porque se transfiere o se lega de un grupo a otro. Tradición proviene del latín traditio y éste a su vez de tradere, de “entregar”, transferir algo de un colectivo a otro, ya sea de manera sincrónica, en el mismo tiempo o espacio, como una charla, mitin o cualquier otro evento público; o asincrónica, por medio de cartas, libros u otros documentos, como las películas. Desde el análisis del discurso se aprecia esa transmisión-recepción de textos (escritos, orales o audiovisuales) como materializaciones concretas de prácticas sociales, políticas o culturales específicas.
Para la creación, difusión y recepción de doctrinas, se requiere de unos productores, unos canales y unos receptores, así como de un contexto ideal.
En el caso del excepcionalismo estadounidense ya hemos asomado que los principales productores originarios de la doctrina fueron los padres fundadores, cuyas características las hemos referido también: primeros colonos, religiosos del protestantismo, millonarios y, por tanto, con evidentes intereses hegemónicos y de clase, con la clara intención de ejercer control, tanto en la creciente población, desde el siglo XVII hasta entrado el siglo XIX, muy diversa y con marcadas diferencias sociales; como en los territorios de Norteamérica, los cuales debían expandirse debido a las ansias de control y de tenencia de la tierra para poblar, explotar y dominar. Allí priva también la supremacía del relato mítico-religioso de los colonos ingleses como pobladores originarios y, por tanto, excepcionales (Adán, Eva, sus hijos y descendientes), en tierras predestinadas para ellos (el Edén o Tierra Prometida), las cuales requerirán de doctrinas que rijan su funcionamiento, acciones y posterior legislación.
Antes de referir los canales de difusión de la doctrina, es importante mencionar los receptores potenciales de la misma. Zinn (1980) da cuenta en su Historia oculta de los EEUU, la diversidad racial y social de la nación a mediados del siglo XVIII, producto de la migración forzada de negros africanos para ser esclavizados y blancos europeos llegados como servidumbre y que se conformaría como una emergente clase social; así como los restos de población indoamericana, remanente de la aniquilación sistemática de los indígenas del norte de América por parte de los colonos. Una fuerte clase dominante y una diversidad poblacional como ésta, aunado a los conflictos, conatos de rebelión y intentos de toma violenta del poder en manos de los representantes coloniales, requería para los primeros (los colonos millonarios) de canales fuertes de difusión de las doctrinas que no solo tenían como objetivo el control sino también la construcción de una identidad nacional en la víspera de un proceso de independencia.
Hacía falta congregar en una única identidad nacional a los pobladores y centrar la atención de estos en la necesidad de que la clase dominante dirigiera los destinos del país. Allí está clave la retórica de los padres fundadores y el uso estratégico de los canales de difusión de la época como las arengas, mítines y, sobre todo, los panfletos.
“Este efecto es el que iba a conseguir el panfleto Common Sense, de Tom Paine. Aparecido en 1776, llegaría a ser el más popular en las colonias americanas. Planteó el primer argumento audaz en favor de la independencia en palabras que cualquier persona mínimamente educada pudiera entender. «La sociedad es una bendición en todo estado, pero el Gobierno, en el mejor de los casos, no es más que un mal necesario…»”. (Zinn, 1980: 125)
Es evidente que allí se plantea la bendición (apelación religiosa) de cada ciudadano de formar parte de la sociedad, pero con la reserva inequívoca de que el gobierno sería su contraparte, incluso como “mal necesario”, que debía asumir la ya pre-existente clase dominante.
Relata Zinn (1980) que en 1776 se publicaron más 25 ediciones del panfleto Common Sense y “se vendieron cientos de miles de copias”. Asimismo, indica que es probable que “casi todo colono alfabetizado lo leyera o conociera su contenido”. Por tanto, para el historiador marxista estadounidense “el arte del panfleto se había convertido en el principal foro de debate sobre las relaciones con Inglaterra”.
“Entre 1750 y 1776 aparecieron cuatrocientos panfletos con argumentos a favor y en contra de las partes implicadas en el Stamp Act, la Masacre de Boston, el Tea Party de 1773 o las cuestiones generales de la desobediencia a la ley, la lealtad hacia el gobierno, los derechos y las obligaciones”. (Zinn, 1980: 127)
Esta cita da cuenta del poder del panfleto como principal canal de difusión de las doctrinas de la época y que sirvió para la futura difusión de otras como el excepcionalismo estadounidense.
La doctrina en el siglo XX
El excepcionalismo estadounidense como doctrina mayor, a nuestro juicio, arropó o sirvió de paraguas para otros discursos justificatorios de la acción internacional, imperialista y colonial de los EEUU. La Doctrina Monroe de “América para los americanos” (1823) o, sobre todo, la denominada “Destino Manifiesto” (1845), esta última con evidente arraigo religioso, no hubiesen calado en la población promedio de los EEUU de los siglos XIX y XX, para apoyar la ingente cantidad de intervenciones políticas y/o operaciones militares de expansión imperial de ese país, sino hubiesen contado, como fundamento, con la doctrina del excepcionalismo estadounidense, pues ésta originó, desde el siglo XVIII, una autoimagen poderosa en la población estadounidense acerca de su “excepcionalidad” para actuar sin reservas y como ungidos por la providencia y la historia para ser gendarmes del orden mundial. En palabras de Iglesias Cavicchioli (2018), una autoimagen “arraigada con fuerza tanto en sus élites políticas como en su opinión pública, según la cual es una nación cualitativamente diferente al resto del mundo, una nación única”.
A pesar de sus crisis históricas, como la derrota en Vietnam en 1970 o el ataque al World Trade Center de Nueva York en 2001, las cuales pusieron en entredicho la fortaleza del excepcionalismo estadounidense, éste se ha mantenido vigente, pues siempre ha sido reactivado con fuerza posterior a esos acontecimientos, tal como lo hizo Ronald Reagan en 1980, con todo su expansionismo e intervencionismo en Medio Oriente y Centroamérica; o George W. Bush en 2001, con su célebre Guerra contra el Terrorismo en Medio Oriente.
Hoy en día, en un mundo multipolar y pluricéntrico, con potencias que se han erguido como nuevos polos de poder global como China, Rusia, Irán e India, el excepcionalismo estadounidense, a pesar de su reciente matiz conciliador (Barack Obama, 2009-2017) o nacionalista (Donald Trump, 2017-2021), se ha mantenido como la principal justificación discursiva para el intervencionismo de la nación norteamericana en gran parte del mundo.
Bibliografía
Iglesias Cavicchioli, M. (2018). The world’s last best hope: El excepcionalismo americano y la política exterior de Estados Unidos en la era Obama. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 21, núm. 41, pp. 161-185, 2019. Universidad de Sevilla
Nye, J. (2020). El excepcionalismo norteamericano en la era Trump. Portal Confidencial. Consultado el 20 de enero de 2023. Link: https://www.confidencial.digital/opinion/el-excepcionalismo-norteamericano-en-la-era-trump/
Vázquez Rodríguez, S. (2019). El excepcionalismo estadounidense en el derecho internacional público. Tesis de grado. Facultad de Derecho. Universidad de Comillas. Consultado el 19 de enero de 2021. Link: https://repositorio.comillas.edu/rest/bitstreams/275144/retrieve
Zinn, H. (1980). La otra historia de los EEUU. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 200
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