PRELIMINAR: Este fue un ejercicio para un curso de Análisis de textos filosóficos (Hermenéutica)
Si
podemos establecer punto de quiebre, digamos inicial, de mi biografía
intelectual podemos ubicarlo hace muchísimos años, exactamente a mis 11 ó 12
años de edad, cuando descubrí el placer de leer textos que de verdad me
importaban. En ese momento, hace más de 30 años, era boy scout en mi país
natal, Venezuela, y tuve que leer libros enteros para mi formación como “niño
explorador”. Ni en la escuela ni en mi casa, antes de esa experiencia, tuve las
ganas, la imposición familiar o la orientación escolar para “leerme un libro
completico”.
Dos
textos fueron fundamentales, cuyas ediciones aún conservo. El primero fue Escultismo para muchachos, escrito por
el fundador del movimiento scout mundial, Robert Baden-Powell. Se trata de un
manual sobre técnicas de campismo que alternaba las enseñanzas con relatos
sobre un personaje llamado “Tomasito, el pie tierno”, así como algunos pasajes
de las novelas y cuentos de Rudyard Kipling. Precisamente de este autor,
también inglés, proviene el segundo texto que leí íntegro a los 11 años: El libro de la selva. Me motivaron dos
cosas fundamentalmente: la película de Walt Disney y el hecho de que todo el
universo simbólico de la tropa infantil de los scouts, llamada “Los lobatos”,
se basa en la estructura de los personajes del célebre texto de Kipling. Por
ejemplo, el jefe de tropa es Baloo, el amigable oso que cuidaba de Mogwli; y el
subjefe era Bagheera, la fiel pantera que ayudaba a Baloo para que Mogwli
aprendiera a sobrevivir en la selva por sus propios medios. En la formación
para ser un buen boy scout, era fundamental hacer análisis (por supuesto, muy
precarios e ingenuos) de ambos textos. Estos libros me indujeron al mundo
textual y de allí en adelante, sin ser un lector voraz, tímidamente me convertí
en un interesado por la lectura.
De
allí en adelante, leí mucha pulp fiction,
es decir, novelas breves de puesto de periódicos, sobre todo de vaqueros y
detectives. Marcial Lafuente Estefanía, a quien mucho tiempo después (no frente
a un pelotón de fusilamiento) conocí por referencias como un gran escritor
español, fue mi autor preferido. Leí muchísimas novelas western de Lafuente Estefanía, las cuales me compraba mi mamá en el
puesto de revistas de la esquina de mi casa.
Así
llegué, tal vez a los 19 ó 20 años cuando, como a muchos, me interesó leer al Boom latinoamericano completo y a Jorge
Luis Borges. En ese momento comenzaba la primera carrera profesional que
estudié que fue Técnico Superior Universitario en Relaciones Públicas. Alterné
entonces mis estudios con un redescubrimiento explosivo del mundo literario. A
esto contribuyó también el interactuar intensamente, desde las RRPP, con
personas cuyo nivel cultural e intelectual me inspiraba, como artistas, intelectuales,
gerentes culturales y, sobre todo y especialmente: periodistas (ojo con esto).
Algunos
años después, comencé a trabajar en el Departamento de Relaciones Públicas de un
banco muy grande en Venezuela. Dicha unidad pertenecía a un área mayor
denominada Comunicaciones Corporativas. Allí, además de los asuntos de prensa,
publicidad y RRPP, se ejecutaban los programas de cultura, las publicaciones
periódicas y especiales, los eventos, la curaduría de las obras de arte de la
institución; en otras palabras, a través de las Relaciones Públicas conocí el
convulsionado y tal vez romántico mundo de la comunicación corporativa, en una
época que dicho sector atrajo a muchos intelectuales, artistas y renombrados
periodistas.
Ese
ambiente (tal vez lo estoy exagerando) me motivó enormemente a dos cosas.
Primero, a intensificar la lectura. Descubrí que era un contexto en el que “la
pasarías muy mal” si no tenías una sólida preparación, en cuanto a las artes en
general. Por tal motivo, leí mucho sobre arte, cultura, gerencia cultural, RRPP
y periodismo, pero sobre todo literatura. De esto último, de esa mezcla
periodística-literaria surgió la idea de estudiar eso: periodismo. Conocí gente
muy especial a quienes quería imitar. Además “sacar la licenciatura” me
ayudaría en el desarrollo de mi carrera profesional dentro de la institución.
Apliqué y entré, con 27 años de edad y mucha ilusión, a la Escuela de
Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV), una de las
más importantes de mi país.
Aunque
venía de las Comunicaciones Corporativas siempre tuve un interés especial por
el periodismo y su relación con la literatura. Así que desde el inicio de la
carrera me interesaron mucho las materias relacionadas con ambas temáticas.
Renuncié
al Banco y me fui a un periódico, donde laboré cinco años (1997-2002). Esta
también fue una etapa de mucha estimulación intelectual, mucha lectura, mucha
discusión sobre periodismo y literatura. Conocí periodistas y muchas
personalidades de la política y la cultura venezolanas, pues eran las áreas
informativas que más me interesaban.
Al
graduarme en 1999 quedé también como profesor del Departamento de Lengua y
Literatura de la Escuela. Para dar clases y especializarme, me inscribí en el
primer cohorte de una maestría nueva: Estudios del Discurso, la cual arrancaba
junto a un Doctorado. Había mucho entusiasmo en la Facultad por estos nuevos postgrados.
Llamaron a licenciados en Periodismo, Letras, Idiomas y Lingüística. Allí
también conocí a un estimulante grupo de docentes que provenían de la Escuela
de Idiomas, pero con doctorados en Análisis del Discurso, Estudios Culturales y
Lingüística, en universidades como Pompeu Fabra de Barcelona o Birmingham en
Inglaterra. Mención especial merece Adriana Bolívar, una autoridad mundial en
los Estudios del Discurso, quien confió mucho en mí, me envió dos meses en 2001
a una pasantía de investigación en el Instituto de Filología Hispánica de la
Universidad Ludwig Maximilians de Munich y
fue mi tutora de mi trabajo de tesis.
De
ahí en adelante, el periodismo, la literatura, el análisis del discurso y la
enseñanza de la redacción anduvieron de la mano en mis cavilaciones, la
práctica pedagógica y en el ejercicio profesional. Pero faltaba algo. Desde mis
inicios en el periodismo y luego en el análisis del discurso, siempre pensé que
faltaba un fundamento muy profundo, esencial. Sentí, tanto en la licenciatura
de periodismo como en la maestría de análisis del discurso, que el basamento teórico-filosófico
de ambas disciplinas me había sido negado. Siempre me interesó leer Filosofía,
pero nunca me planteé estudiarla de manera sistemática. Así que ahora, en El
Salvador, donde me encuentro por motivos profesionales, he experimentado lo que
podríamos llamar mi último “cambio paradigmático significativo” que es estudiar
formalmente Filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA),
lugar donde en muy poco tiempo he conocido gente maravillosa que ha impactado
en mi formación intelectual, dándome contenidos, herramientas y actitudes, que
me están permitiendo revisar y replantear todo lo que he aprendido los últimos
20 años, por lo cual estoy muy agradecido.
1 comentario:
Genial. Gracias por compartir el recorrido.
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