(Preliminar: Esto lo escribí en 2009 como un ejercicio
personal. Ahora que Olga Vásquez me puso a releer a Nietzsche, lo
recordé y lo busqué por allí. No sé si tenga algún valor. Fueron
palabras al vuelo al leer el prólogo de "Así habló Zaratustra")
El retiro voluntario del joven Zaratustra, ascético y monascal, es el
símbolo de todo profeta, de todo filósofo. Nietzsche proyectó en
Zaratustra su ideal del filósofo. Un retiro para el disfrute pleno de la
soledad y del espíritu para alcanzar el estado ideal de contemplación,
un estado de plenitud propicio para la transformación. Sólo al sentir
-luego de diez años- esa placidez total, Zaratustra se sintió capaz de
levantar su voz y retar al máximo creador, representado en el texto en
el Astro Rey, el sol, primer Dios de los humanos. “¡Qué sería de tu
felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!”. Primer
desplante al que se atreve el filósofo una vez ha encontrado en sí mismo
la fuerza y la seguridad. Primer atisbo de enfrentamiento al creador,
al poner en duda su existencia al retarlo a reflexionar sobre su propia
realidad. Una verdad creada por su propia feligresía.
Por ello, Zaratustra le reclama al sol que durante diez años ha
asistido a su caverna: “... sin mí, mi águila y mi serpiente, te habrías
hartado de tu luz y de este camino”. Determinando así que la existencia
del Dios-Sol o Sol-Dios, depende directamente de la existencia del
profeta.
Sin embargo, acepta su destino: “Pero nosotros te aguardábamos cada
mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello”.
Y se reconoce el filósofo en su propio viaje para aprender a
contemplar: “Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú
al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo,
¡astro inmensamente rico!”.
Este es el asomo del Hombre que plantea Nietzsche. El hombre que
enfrenta y pone en duda la existencia de su propio Dios, pero con la
suficiente sabiduría para aceptarlo de alguna forma. Por ello saluda su
creación y pide su bendición. Es la contradicción que luego se planteará
el hombre moderno: rechazo y búsqueda constante de su Dios.
Del “pasar de largo”
Enfrentarse a la ciudad es enfrentarse al hombre en sociedad.
Enfrentarse a la ciudad es enfrentarse a sí mismo. Zaratustra enfrenta
en “El Mono” a una parodia que ha hecho la ciudad de él mismo. Y las
palabras de “El Mono” representan lo que la ciudad opina de Zaratustra.
La ciudad y el hombre moderno niegan al poeta, rehuyen del filósofo.
“El Mono” reconoce qué hacen los “ciudadanos” con el pensamiento del filósofo: “... aquí a los grandes pensamientos se los cuece vivos y se los reduce a papilla”.
Interesante resulta la crítica explícita que hace Nietzsche de
lo que podríamos llamar "medios de comunicación" y los efectos de éstos
sobre los ciudadanos al nombrar que “hasta hacen periódicos” y la
referencia directa a la “opinión pública”. Pareciera mostrarnos la
transformación deformadora que hacen los “mediadores” sobre la realidad.
Incluso detesta en la voz de “El Mono” lo que hacen éstos y con
qué propósitos: “¿No oyes cómo aquí el espíritu se ha transformado en
un juego de palabras? ¡Una repugnante enjuagadura de palabras vomita el
espíritu! - ¡Y hacen hasta periódicos con esa enjuagadura de palabras!
Se provocan unos a otros, y no saben a qué. Se acaloran unos con otros, y
no saben para qué. Cencerrean con su hojalata, tintinean con su oro”.
“El Mono” construye discursivamente una advertencia total a
Zaratustra y le previene de los peligros de salir de su “ciénaga” y osar
regresar a la ciudad.
En conclusión, le advierte que no vuelva porque será
incomprendido. Fatal el destino del filósofo en el mundo contemporáneo,
representado aquí en la ciudad.
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