(Escribí este trabajo en junio de 2018 para el II Diplomado de Pensamiento Emancipatorio de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador)
“En el medio tecnológico,
la cultura, la política y la economía,
se unen en un sistema omnipresente
que devora o rechaza todas las alternativas”
(Marcuse,
H. El hombre unidimensional, 1964)
Estamos ante una
amenaza dictatorial global como no se había visto en varias décadas. Una vez
más, el imperialismo internacional está tratando por todos los medios posibles
de recuperar la hegemonía perdida en los últimos años e intentar sobrevivir
ante los evidentes signos de decadencia del sistema económico neoliberal que ha
causado tanta desigualdad, pobreza y hambre en todo el planeta. En otras
palabras, nos encontramos ante la posibilidad real del establecimiento de un
régimen totalitario mundial cuyas armas más efectivas son, una vez más, la
amenaza de una guerra a escala internacional y el cruento y despiadado sometimiento
económico (y político) de las grandes corporaciones globales (y sus gobiernos)
sobre las naciones y pueblos del aún llamado Tercer Mundo.
Esto no es más
que la nueva materialización o la última versión, mejorada, menos sútil pero
más sofisticada, del dominio histórico que el sistema capitalista global (antes
industrial y ahora financiero) ha ejercido sobre la sociedad en su conjunto. La
invasión definitiva del espacio privado, el sometimiento de un discurso
totalitario en soporte multimediático, la imposición de una dependencia
económica en diferentes escalas y la anulación del ser humano, se manifiesta en
esta nueva fase de control tecnológico envolvente, el cual no permite al ser
humano tomar decisiones con libertad o, lo que es peor aún, vivir dignamente la
vida que se merece vivir.
Como reza el
epígrafe que antecede este texto, el medio tecnológico es el campo en el que la
cultura, la política y la economía, los tres espacios fundamentales para el
control mundial, imponen un sistema totalitario que además de anular mediante
su asimilación cualquier posibilidad de protesta libre, en última instancia impide
contundentemente las alternativas transformadoras de esa realidad que se nos
impone.
Han pasado 54
años desde la redacción de esa frase por el filófoso y sociólogo alemán Herbert
Marcuse (1898-1979), uno de los más importantes representantes de lo que se
conoció como la Escuela de Frankfurt. Dicha cita está contenida en su célebre libro
El hombre unidimensional (1964), en el
cual este pensador crítico analiza las estrategias y mecanismos totalitarios de
la sociedad industrial avanzada para ejercer un control férreo sobre la
sociedad y permitir el desarrollo del capitalismo.
Como asomamos más
arriba, en este controvertido contexto mundial que vivimos, la vigencia y la
pertinencia de los planteamientos de Marcuse son más que evidentes. El
desarrollo tecnológico que tanto estudió este acucioso y comprometido analista,
como el principal mecanismo de posibilitación de un control totalitario sobre
la sociedad, hoy en día, con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación y, por otra parte, con la evolución exponencial
de las técnicas y métodos de la economía y la política, hacen de El hombre unidimensional un documento profético
en el cual podemos encontrar descripciones válidas de lo que ocurre en la
actualidad, pero sobre todo, podemos hallar posibles caminos, posibles salidas,
posibles mapas de ruta, posibles alternativas, para emprender un viaje
revolucionario que haga posible el cambio cualitativo planteado por Marcuse.
En este breve
ensayo presentaremos de manera suscinta algunos de los planteamientos de El hombre unidimensional cerrando con el
papel del lenguaje como herramienta de contención del cambio social, en lo que
Marcuse denominó El cierre del universo
del discurso. Por último, reflexionaremos sobre el ineludible compromiso
histórico de la filosofía para darle apertura a ese universo discursivo
estratégicamente clausurado para anular la posibilidad de una alternativa
posible de transformación de la realidad. Algo muy marxista.
I.
Papel de la teoría crítica ante el desarrollo tecnológico totalitario
El principal propósito de la
denominada Escuela de Frankfurt fue el de “hacer una crítica de la sociedad
entendida como un todo” (Fazio, 2004: 384). Esta aseveración plantea dos
nociones fundamentales. En primer lugar, la ineludible postura crítica del
analista ante la realidad dada. Ese es el principio fundamental de todos los
filósofos críticos de Frankfurt (y que estos mantuvieron en sus trabajos desde
EEUU) y, por ello, postulan una “teoría crítica de la sociedad”. En segundo
lugar, presenta la idea de que la sociedad ha de ser analizada “como un todo”.
Esta noción de totalidad encierra también un elemento fundamental para entender
la sociedad industrial y es el dominio de un tipo de razón o lógica
“totalitaria” que se impone sobre los miembros de esa sociedad.
Se trata de la razón
instrumental, aquélla que coloca al hombre como instrumento y no como finalidad
del sistema capitalista. Por tal razón, para autores como Horkheimer, quien
desarrolla ampliamente esta idea en su libro Crítica de la razón instrumental (1947), la causa de la deshumanización
de la sociedad es esa razón moderna, meramente instrumental, que en realidad encierra
un tipo de irracionalidad, pues no permite el desarrollo pleno de los
individuos en una sociedad que tiene todas las posibilidades para ofrecerle al
ser humano “una vida mejor para ser vivida”.
Las ideas de Horkheimer
fueron retomadas por Marcuse en su libro El
hombre unidimensional (1964):
“Esta sociedad es irracional
como totalidad. Su productividad destruye el libre desarrollo de las necesidades
y facultades humanas, su paz se mantiene mediante la constante amenaza de
guerra, su crecimiento depende de la represión de las verdaderas posibilidades
de pacificar la lucha por la existencia en el campo individual, nacional e
internacional” (Marcuse, 1964: 11-12)
Marcuse protesta como en una
sociedad en la que las capacidades intelectuales y materiales son “inconmensurablemente
mayores que nunca”, precisamente la dominación de la sociedad sobre el
individuo es también “inconmensurablemente mayor”. Allí radica la
irracionalidad de esa lógica industrial contemporánea.
Para el autor es obligación
de una teoría crítica de la sociedad contemporánea no sólo investigar y
analizar la raíz medular que permite esta irracionalidad, sino también examinar
las alternativas históricas para mejorar la condición humana. En otras
palabras, a decir del propio Marcuse, para que la vida humana merezca ser
vivida de manera digna y que existen las posibilidades para que eso ocurra.
Por tal razón, partiendo de
esos dos “juicios de valor”, como el propio Marcuse los califica, es necesario
un análisis trascendente, es decir, negarnos a aceptar la realidad como se nos
es dada, echar luz sobre las posibilidades que existen para mejorar la condición
humana y entender que esas posibilidades han sido irracionalmente “retenidas y
negadas” por la propia sociedad como totalidad.
Marcuse es consciente de que
la propia sociedad evita el cambio cualitativo propuesto. Que sus mecanismos de
control están diseñados para vigilar y condicionar al ser humano y no para
liberarlo de las ataduras del sistema tecno-científico que lo oprime. Que las
instituciones existentes anulan la posibilidad de elecciones libres para su
desarrollo personal y colectivo.
“La sociedad contemporánea
parece ser capaz de contener el cambio social, un cambio cuantitativo que
establecería instituciones esencialmente diferentes, una nueva dirección del
progreso productivo, nuevas formas de existencia humana. Esta contención del
cambio social es quizá el logro más importante de la sociedad industrial
avanzada” (Marcuse, 1964: 14)
En este contexto es
fundamental el papel de la tecnología para instituir formas de control y de
cohesión social de tendencia totalitaria, eso sí “más efectivas y agradables”
en las propias palabras del autor. Por tal motivo, advierte que la tradicional
noción de “neutralidad” de la tecnología ya es insostenible.
Eso lo vivimos hoy en día,
en pleno comienzo del siglo XXI, cuando las NTIC y, especialmente, las redes
sociales vistas como sistema (Facebook,
YouTube, Twitter, Instagram, entre otras), se han prestado no sólo para la
comunicación interpersonal (falsa y engañosa promesa), sino también para el
control y dominio de los seres humanos, a través del manejo de datos privados
por instituciones políticas o de seguridad, el seguimiento de comportamientos
individuales y colectivos, la proyección de tendencias en la opinión pública,
entre otros usos. El más terrible de todos: influir de manera determinante en
la opinión pública y condicionar a los individuos a tomar decisiones
previamente ya tomadas por el poder.
Es la tecnología al servicio
del control social bajo un manto de supuesta libertad de comunicación. Una
libertad que en realidad anula las posibilidades de elección y domina al
individuo sin que éste se percate de ello. Por ello, suenan con eco de profecía
las palabras de Marcuse, al afirmar que la “razón tecnológica se ha hecho razón
política” (Marcuse, 1964: 18).
II.
Formas totalitarias de sutil control social y ofertas engañosas de libertad
Ya dijimos que, como lo
advirtió hace medio siglo Marcuse, hoy en día el control social se ejerce de
manera sutil y “hasta agradable” en una sociedad hipnotizada por la oferta
multimediática y ciberespacial. Bajo una oferta engañosa de comunicación libre,
la razón tecnológica hecha razón política nos envuelve, nos rodea, nos vigila y
nos somete.
Otra oferta engañosa para
ejercer control social, según Marcuse, es la promesa de “libertad económica”.
Una trampa de libertad que en realidad obliga al ser humano a probarse a sí
mismo para insertarse en el sistema. Para Marcuse, sin esa presión de
«insertarse» el hombre podría vivir su propia vida.
Igual sucede con la supuesta
libertad política. Nos ofrecen posibilidades de elección cuando las ofertas son
impuestas; el sistema ya ha decidido y el futuro ya está escrito por los que
detentan el poder.
Esta totalidad que nos rodea
en todos los ámbitos de la vida intramundana (cultura, comunicación, economía y
política) se nos presenta como una dimensión única, como una espacio
preestablecido sin posibilidad de ser transformado. Una realidad unidimensional
en la que negar dicha realidad es renunciar a una supuesta libertad que te
ofrece el sistema. Por ello, en la sociedad industrial avanzada, cuya organización
está montada sobre la estructura altamente tecnificada, el término o
significado real de lo que conocemos por libertad ya no se puede concebir como
libertad individual. El individuo no es libre; el sistema sí lo es.
La esencia de esta engañosa
libertad para decidir la expresa Marcuse, al explicar cómo somos totalmente
incapaces de definir cuáles necesidades del ser humano son verdaderas
(provenientes de la necesidad biológica-principio de realidad) y cuáles son
falsas (provenientes de la imposición de la sociedad-principio de placer). Dado
el control social ejercido de manera totalitaria sobre los individuos, estos
son incapaces de diferenciar dichas necesidades. Así las cosas, cualquier
decisión supuestamente libre está condicionada de antemano.
“En última instancia, la
pregunta sobre cuáles son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser
resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia; esto es,
siempre y cuando tengan la libertad de dar su propia respuesta. Mientras se les
mantenga en la incapacidad de ser autónomos, mientras sean adoctrinados y
manipulados (hasta en sus mismos instintos) su respuesta a este pregunta no
puede considerarse propia de ellos”. (Marcuse, 1964: 28)
Otra cuestión clave para la
Escuela de Frankfurt y que retoma Marcuse, es el porqué los individuos terminan
defendiendo el sistema que los oprime. Hay una escena en la película Matrix (1999) en la que el personaje
Morfeo le explica a Neo cómo funciona “el sistema” (la matriz) en el que las
máquinas que dominan el mundo mantienen a los seres humanos en un sueño
profundo para el provecho de su energía. Morfeo dice: “Tienes que comprender
que la mayor parte de estas personas son todavía parte del sistema y que eso
las convierte en nuestros enemigos. Tienes que comprender que la mayoría de la
gente no está preparada para ser desconectada. Y muchos de ellos son tan
inertes, tan desesperadamente dependientes del sistema, que lucharían para
protegerlo”.
Así sucede en la sociedad
industrial avanzada que 35 años antes de Matrix
analizó Marcuse: quien critica el modelo
unidimensional o totalitario es irracional.
“… en la época contemporánea,
los controles tecnológicos parecen ser la misma encarnación de la razón en
beneficio de todos los grupos e intereses sociales –hasta tal punto que toda
contradicción parece irracional y toda oposición imposible” (Marcuse, 1964: 31)
Marcuse advierte que ello no
debe alarmarnos, pues los controles sociales han sido introyectados en los
humanos hasta tal punto que llegan a afectar la capacidad de protesta
individual en sus raíces. Como en Matrix,
la negativa a «seguir la corriente» aparece como un signo de neurosis e
impotencia, lo cual refuerza la unidimensionalidad al obligar a los individuos,
por medio de la coerción y la condena a la disidencia a anular la protesta y a
aceptar la realidad social tal cual como se presenta.
“Los fabricantes de la política
y sus suministradores de información masiva promueven sistemáticamente el
pensamiento unidimensional. Su universo de razonamiento está poblado de
hipótesis que se validan a sí mismas y que, repetidas incesante y
monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados. Por
ejemplo, «libres» son las instituciones (y sobre las que se opera) en los
países del mundo libre; otro modos trascendentes de libertad son por definición
anarquismo, el comunismo o la propaganda. «Socialistas» son todas las
intrusiones en empresas privadas no llevadas a cabo por la misma empresa
privada, tales como el seguro de vida universal y comprensivo, la protección de
recursos naturales, contra una comercialización devastadora, o el
establecimiento de servicios públicos que pueden perjudicar ganancias privadas”
(Marcuse, 1964: 36)
La dominación de la sociedad
sobre el individuo –explica Marcuse- se disfraza de libertad extendiéndose a
todas las esferas de la existencia pública y privada. Así, integra toda
oposición auténtica con un matiz fashionista,
aceptable, agradable, el cual absorbe cualquer alternativa de rechazo,
anulándola. Sólo un rechazo a escala mayor (Gran rechazo) podría revertir la
situación. Es decir, una revolución que cambiaría no sólo las instituciones
sino también la cotidianidad de los miembros de la sociedad.
III.
Universo político cerrado
Para Marcuse existen además estrategias
transversales en el establecimiento de las formas de dominación y de contención
del cambio social. Una es la permanente ambivalencia entre el Estado de
Bienestar y el Estado de Guerra. En términos freudianos, la lucha permanente
del ser humano entre Eros y Tánatos. Es decir, entre la búsqueda del
placer o el miedo a la muerte.
Se domina al sujeto social
por medio de una supuesta o virtual satisfacción de sus necesidades básicas buscando
su bienestar (invocando al denominado Principio de Placer o de satisfacción
inmediata) o se le somete apelando a una permanente amenaza de guerra
(Principio de Realidad o de satisfacción pospuesta).
Esto refuerza la
integración, aceptación y defensa del individuo al sistema que lo somete. Para
el teórico alemán, ello constituye uno de los más sutiles mecanismos de
contención del cambio social cuyo principal logro es la asimilación de la clase
trabajadora al sistema capitalista. Según Marcuse, hace de los sujetos una “servidumbre
agradable”.
Esta situación crea un
universo político cerrado. En otras palabras, una realidad social clausurada
que no permite opciones distintas a las ofrecidas por el propio sistema. El
sistema además de darnos la libertad de elegir, también satisface nuestras
necesidades inmediatas y nos protege de una amenaza permanente de destrucción.
Mejor descripción del sistema capitalista contemporáneo es imposible.
IV.
Universo discursivo clausurado
Otra estrategia transversal,
pero sobre todo envolvente y totalitaria, es el uso operativo o estratégico del
lenguaje. Marcuse le da una importancia vital al lenguaje como herramienta de
contención del cambio social.
Para el filósofo alemán, el
lenguaje es fundamental y los massmedia
son el principal soporte de los mensajes lingüísticos que constituyen “la
mediación entre los amos y sus servidores”.
Ya en una cita más arriba
advertimos como el universo de razonamiento que nos impone la sociedad
industrial avanzada y, hoy en día, el capitalismo global neoliberal, está
poblado de hipótesis que se validan a sí mismas y se tornan en definiciones
hipnóticas o dictados.
Los actores mediáticos
(productores de mensajes, medios, agencias de publicidad, etc.) configuran universo
comunicacional en el que la conducta «unidimensional» se expresa a sí misma. La
unidimensionalidad se erige sobre la acción envolvente, totalitaria y global de
lo mediático con lenguaje que identifica y unifica: pensamiento único, una
realidad manifiesta en positiva, la cual es imposible trascender.
Marcuse señala el
establecimiento de un pensamiento unívoco en el que “la tensión entre
apariencia y realidad, entre hecho y factor que lo provoca, ente sustancia y
atributo, desaparecen”. No existe, por tal razón, una frontera o quiebre entre
lo que se nos manifiesta y las causas que lo provocaron, coartando la
posibilidad del individuo de discernir o criticar negativamente lo que se nos
presenta como positivo. Cualquier explicación de lo acontecido desaparece e
intentar mostrarlo es una afrenta, un atentado.
Es ahí donde el lenguaje
cumple una función totalitaria de designar las cosas sin prueba, de señalar sin
demostración, de indicar sin explicación.
“Los conceptos de autonomía,
descubrimiento, demostración y crítica dan paso a los de designación, aserción
e imitación. Elementos mágicos autoritarios y rituales cubren el idioma. El
lenguaje es despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de
conocimiento y de evaluación cognoscitiva. Los conceptos que encierran los
hechos y por tano los trascienden están perdiendo su auténtica representación
lingüística. Sin estas mediaciones, el lenguaje tiende a expresar y auspiciar
la inmediata identificación ente razón y hecho, verdad y verdad establecida,
esencia y existencia, la cosa y su función” (p.105)
El denominado por Marcuse “operacionalismo
del lenguaje” contribuye también a rechazar cualquier intento de elementos no
conformistas en la interacción verbal, algo muy propio del lenguaje formal y en
el que la única oposición posible es el habla cotidiana, la jerga, el lenguaje
popular. Por tal razón, los discursos políticos, institucionales, del poder en
general, tienden a tecnificarse a un nivel que no permite el rechazo o la
disidencia discursiva, sino más bien la asimilación. Eso explica porque los
productos mediáticos absorben el lenguaje vulgar y lo neutralizan integrándolo
a sus discursos (telenovelas, música, etc).
Otro aspecto distintivo del
totalitarismo lingüístico es la invisibilización u omisión de la función o
propiedades esenciales de la cosa, las cuales son sustituidas por sus nombres.
Es decir, los nombres explican las cosas anulando así sus propiedades. El ejemplo
más común en la sociedad contemporánea es la manido y distorsionado uso de la palabra
“democracia”, la cual originalmente siempre significó el sistema político
basado en soberanía del pueblo. Hoy en día, el nombre sustituye su significado
y “democracia” se entiende como un modelo político cerrado e impuesto por el
poder liberal burgués, en el que cualquier oposición es considerada un atentado
comunista o anarquía.
“En este mundo, las palabras y
los conceptos tienden a coincidir o mejor dicho, el concepto tiende a ser
absorbido por la palabra. Aquél no tiene otro contenido que el designado por la
palabra de acuerdo con el uso común y generalizado. Así, la palabra se hace
cliché y como cliché gobierna al lenguaje hablado o escrito: la comunicación impide
el desarrollo genuino del significado” (Marcuse, 1964: 107)
Lo más peligroso y que
contribuye enormemente al cierre o clausura del universo discursivo para evitar
el cambio social es que dichos clichés, son tomados como banderas
institucionales, como valores universales, como tótems, que no pueden ser
refutados, revisados o analizados. Así, dichos clichés funcionan como “fórmulas
mágico-rituales” que sellan el mundo de los individuos. Palabras como libertad,
igualdad, paz, son usadas para el cierre de ese universo unidimensional en el
que no es posible criticar que ocultan acciones de servidumbre, desigualdad,
opresión o amenaza.
Marcuse se pregunta: ¿Cómo
puede la protesta y negación encontrar la palabra correcta cuando los
organismos del orden establecido admiten y anuncian que la paz es en realidad
el borde de la guerra? Y la pregunta es válida pues en el fondo la
operativización exitosa del lenguaje justifica la guerra para defender la
democracia, la aniquilación para establecer la paz o la intervención
injerencista imperial para lograr “la libertad” de un “pueblo oprimido”.
Ejemplos en la actualidad sobran, sobre todo en la última arremetida
imperialista que emprende los Estados Unidos de Norteamérica contra América
Latina y los gobiernos progresistas de los últimos 20 años.
El carácter autoritario del
lenguaje se nos presenta con familiaridad y sutilmente cierra el universo del
discurso contra cualquier otro discurso que no se desarrolle en sus propios
términos.
Marcuse nos dice también que
el lenguaje funcional, estratégico, operativo, es un lenguaje radicalmente
antihistórico, pues “la racionalidad operacional tiene poco espacio y poco
empleo para la razón histórica”. (p. 118)
El sistema mediático
altamente tecnificado por el desarrollo de las ciencias se convierte en la capa
exterior del universo unidimensional, es decir, cerrado, en el que el lenguaje
operacional “enseña al hombre a olvidar”, pues niega la concreción de la
experiencia humana.
Marcuse comienza asomar su
propuesta superadora del esquema dialéctico hegeliano hacia una dialéctica
histórica que transforme la verdad lógica del lenguaje formal-institucional en
una verdad histórica, en el que el contenido histórico o la historia misma ligue
la estructura del pensamiento con la estructura de la realidad concreta.
“La transformación de la
dialéctica ontológica en histórica conserva la doble dimensión del pensamiento
filosófico como pensamiento crítico negativo. Pero ahora esencia y apariencia,
«es» y «debe», se confrontan entre sí en el conflicto de las fuerzas reales y
capacidades de la sociedad” (p.159)
Pero el trabajo no es fácil,
advierte oportunamente Marcuse, pues la dialéctica ontológica ha tenido un
carácter mistificador de los términos trascendentes, las nociones vagas, los
universales metafísicos y sus semejantes. Por tal motivo es necesario ese
análisis crítico negativo, pues “el universo establecido del razonamiento está
atravesado por la marca de las formas específicas de dominación, organización y
manipulación a las que están sujetos los miembros de la sociedad” (p.210)
Una de las claves para
emprender ese análisis crítico negativo propuesto en El hombre unidimensional es explicar siempre las cosas en su
contexto. En palabras de Marcuse, es desarrollar un universo multidimensional
en el se ha de estar consciente que todo significado expresado es parte de
varios sistemas interrelacionados.
Por ejemplo, cuando alguien
nos habla de “democracia”, “paz” o “libertad”, entender o demostrar que lo hace
a) desde un proyecto individual
(soporte, tipo de discurso, momento específico e interés o propósito particular);
b) desde un sistema de ideas, valores
y objetivos supraindividuales (ideología, visión política del mundo, religión,
etc); y c) desde una sociedad particular.
V.
Compromiso histórico de la filosofía (Conclusiones)
Aunque Marcuse se concentra en
señalar únicamente el compromiso histórico de la filosofía analítica para
desmitificar los términos trascendentes, las nociones vagas y los universales
metafísicos usados en el lenguaje de la sociedad industrial avanzada,
intentando así exorcizar aquellos gigantescos demonios mítico-religiosos en los
que se han convertido las palabras cuando sustituyen las funciones o conceptos
de las cosas que designan, dicha responsabilidad podemos extenderla a todas las
ramas de la filosofía.
Si la filosofía debe mostrar
los fundamentos “que hacen del razonamiento un universo mutilado y engañoso”, como
escribe el teórico alemán, entonces es menester del pensamiento filosófico explicar
minuciosamente ese universo fragmentado, pero a la vez desmontar el blindaje
que recubre dicho universo y dinamitar ese sofisticado sistema de defensa que
imposibilita la capacidad de crítica y análisis.
La filosofía debe mantener una
postura crítica, negativa, que no sólo busque el “otro lado” de las cosas, sino
también confronte esa realidad que se nos presenta como un universo positivo e
inamovible.
El actual compromiso de la
filosofía es ineludible pues se presenta en una etapa de “alta densidad
histórica”, como diría Ellacuría, en el que una amenaza dictatorial global se
cierne sobre la humanidad utilizando sus sempiternos mecanismos de control
social y la oscilación eterna de la promesa de un bienestar engañoso y el ultimátum
de un conflicto bélico a escala planetaria que pone en peligro la raza humana.
Sólo la filosofía
puede responder la pregunta inicial de El
hombre unidimensional hecha hace más de medio siglo: “¿La amenaza de una
catástrofe atómica que puede borrar la raza humana no sirve también para
proteger las mismas fuerzas que perpetúan ese peligro?”.
Desenmascarar
dichas fuerzas, entender sus mecanismos de control y develar que esa permanente
amenaza sólo busca la perpetuidad de los que detentan el poder, sólo es posible
cuando se logra describir las cosas tal cual son y no sólo cómo se nos
presentan.
La noche es
cerrada y nos clausura la realidad como un todo envolvente, oscuro e inerte. Así
es la sociedad del capitalismo global neoliberal.
Como decía Hegel,
comprender las cosas tal como son es la tarea prinicipal de la filosofía pues
allí subyace la razón. Y la razón instrumental que nos ha impuesto el
capitalismo global, desde su desarrollo industrial hasta su sofisticación
neoliberal-financiera, es inhumana y nos ha confinado a una noche oscura, en el
que sólo el Buho de Minerva, una vez emprendido su vuelo, puede ver los que
realmente sucede tras esa penunbra.
Marcuse lanzó
luces sobre esas tinieblas con el texto que hemos analizado muy someramente.
Continuar su tarea apoyándonos en sus planteamientos es nuestro compromiso con
la historia por la liberación del ser humano.
Bibliografía
FAZIO, M. y Francisco
Fernández L. (2004). Historia de la
filosofía. IV. Filosofía contemporánea. Madrid: Ediciones Palabra, S.A.
HOTTOIS, G. (1997). Historia de la filosofía. Del renacimiento a
la posmodernidad. Madrid: Ediciones Cátedra, 1999
GONZÁLEZ, M. (1987). Introducción al pensamiento filosófico.
Filosofía y Modernidad. Madrid: Editorial Tecnos. 5ª edición, 2005
MARCUSE, H. (1964). El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad
industrial avanzada. México: Editorial Joaquín Mortiz, S.A. 7ª edición,
1973
MARCUSE, H. (1969). Un ensayo sobre la liberación. México:
Editorial Joaquín Mortiz
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