Hoy es domingo 29 de mayo y cumplo 55 años.
A esta edad muchas personas comienzan a hacerse preguntas sobre lo que han hecho y dejado de hacer. Sobre cómo la vida los ha tratado y cómo han tratado cada quien la suya. Pero sobre todo a esta edad hay quienes se preguntan cuánto les queda de vida o si van a tener el tiempo suficiente para acometer aquellas cosas pendientes. La muerte, la innombrable, como dice el poeta, “ronda como un ángel asesino” y la única forma de espantarla es haciendo una revisión somera de lo hecho. No de “lo logrado”, eso es un engaño del ego, porque muchos eventos son sobrevenidos, muchas acciones son reacciones al contexto y las circunstancias, y muchos “logros” no son más que giros que, aunque previstos, se concretan por diversos factores, muchos de ellos incontrolables o azarosos.
Vistos desde el presente, aquellos sucesos del pasado, si los recordamos es por algo. Por eso, en este “textimonial” prefiero llamarlos hitos. Hitos que a los 55 años me ayudan a sobrellevar el peso angustioso de la existencia. Omito, por supuesto, algunos.
En 1967 nací en el Hospital Clínico Universitario, ubicado en el campus de nuestra Alma Mater, la Universidad Central de Venezuela (UCV).
A los siete años, más o menos, de vivir en un pequeño apartamento en Santa Mónica, al sur de Caracas, nos mudamos a unos superbloques, ya querían identificarlas como “residencias”, ubicadas en la “Avenida Libertador, cruce con Maripérez” (cuántas veces anoté esa dirección). Se trata de mi barrio vertical “Los Edificios Rojos”. Cinco torres de 80 apartamentos cada una. Es decir, 400 familias, 400 universos, 400 historias, las cuales aún me acompañan.
Entre los 11 y los 13 ó 14 años fui boyscout. Eso marcó mi vida para siempre, desde el punto de vista ético y de amor a la naturaleza. Conocí el sufrimiento pero también la satisfacción de conocerme a mí mismo a través del trabajo y el sacrificio. Caminar 50 kilómetros con un morral en la prueba de “barras blancas” o subir al Pico Naiguatá a los 12 años son pruebas de fuerza física y mental que no todos los jóvenes viven.
A los 16 años volví al Hospital Clínico Universitario y volví a nacer luego de dos operaciones ocasionadas por una grave peritonitis. Fue intenso.
Entre los 16 y los 19 años hice todo un esfuerzo por ser discjockey. Abandoné el bachillerato y me puse a “mezclar” o “pinchar” discos. Viaje por el país y conocí también mucho de la naturaleza humana. En esa época también fui medio punk y rebelde. De esa experiencia me dejó la melomanía, el amor y el conocimiento de la música popular.
A los 20 años decidí terminar el bachillerato para irme a vivir con mi viejo a EEUU. Quería estudiar televisión o cine.
A los 21 años, ya bachiller, me negaron la visa como migrante y me pidieron cumplir con el proceso de no-migrante por tener una relación de afinidad directa con un familiar en EEUU. Aplicamos mi hermano menor, Jesús Elías y yo.
A los 22 años me puse a trabajar en espera del viaje a EEUU y conocí a Rocío Magdalena, así que desistí de irme a EEUU y me puse a estudiar Relaciones Públicas en el histórico Iuderp de Venezuela. También entré al Banco de Venezuela donde laboré por nueve años. Entré como cajero de la agencia Altamira y salí como jefe de Comunicaciones Institucionales de la sede central. Un largo camino, el cual incluyó una hermosa etapa en Relaciones Públicas del Banco (salí a los 31).
Antes de dejar el Banco, a los 26 años estuve de oyente por un año en la Escuela de Letras de la UCV. Mi renovada pasión por la literatura me acercó a eso, lo cual fue hermoso. Conocí a gente maravillosa e inicié todos los trámites para convertirme oficialmente en estudiante de Letras.
Al año siguiente, a los 27 años, apliqué “por no dejar” y porque ya trabajaba en el área, a la prueba interna para ingresar a la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Quedé y la directora de la Escuela de Letras se molestó conmigo.
A los 28 años me casé con Rocío Magdalena. Nos mudamos a Guarenas y comenzamos una etapa maravillosa de convivencia. Voy a acelerar que esto va lento. En esa etapa también comencé en el Diario El Globo como reportero. Estuve allí por cinco años, llenos de aprendizaje y vivencias marcadoras. Llegué a ser coordinador adjunto de redacción y solo en ese momento fue cuando conocí los entretelones textuales del periodismo.
A los 31 años nació mi primogénito, Julio David. Julio por Cortázar y David por mi jefe scout. Un regalo maravilloso que aún hoy celebro con la misma alegría e intensidad. Su capacidad crítica, su espíritu incansable y su inmensa bondad y pasión, me hacen admirarlo como el gran ser humano que es.
A los 32 años me gradué magna cum laude en la Escuela de Comunicación y quedé como profesor del Departamento de Lengua y Literatura. En otras palabras, entré a una tradición histórica que aún respeto y defiendo.
Entre los 35 años y los 40 (tremenda transición) trabajé como director de comunicaciones del Ministerio de Educación de Venezuela, junto al maestro Aristóbulo Istúriz Almeida. Otra experiencia intensa, fuerte y agotadora, pero rica en aprendizaje. Me acerqué a la tradición más hermosa del magisterio venezolano, conocí en primera fila el legado de Simón Rodríguez, Prieto Figueroa, Belén Sanjuán, Mercedes Fermín, el Maestro Bigott, los maestros normalistas, el sacrificio de los docentes del país y serví a la Patria en un momento histórico fundamental (2002-2007).
En esa etapa, a los 37 años, nació otro regalo que hoy me colma de alegrías y satisfacciones: Sofía Victoria. Hoy en día, comprobada artista plástica digital y excelsa estudiante de Artes en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte).
A los 41 me gradué de Magister Scientarum en Estudios del Discurso.
A los 43 años partí a la República de El Salvador como diplomático, encargado de los asuntos de prensa, cultura y educación de la Embajada de Venezuela. Allí viví por 8 años, llenos también de una intensidad que aún retumba en mi pecho y que no me abandona. Allá cursé estudios de Filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), donde también soy docente internacional invitado desde 2015 en la Maestría de Gestión Estratégica de la Comunicación.
Regresé de El Salvador a los 51 años. Y volví a la Escuela de Comunicación Social de la UCV y me convertí también en docente en el área audiovisual (Cine) en la Empa-Ávila TV, la Fundación Cinemateca Nacional y la Unearte. Algo sencillamente enriquecedor. Intenso, pero enriquecedor.
Hoy cumplo 55 años y soy feliz. He dicho solo lo bueno y escamoteado lo malo. Pero quise hacer este recuento así. No como un acto de inmodestia o arrogancia, sino como un recordatorio de que el camino recorrido ha tenido cosas buenas. Eventos que nos anima a pensar que los hitos no han acabado y que esperamos del tiempo (como decía Bolívar, El Padre) muchas cosas, porque “su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados y los acontecimientos futuros han de ser superiores a los pretéritos”. Tal como Bolívar tenía esa convicción, yo la tengo. Que así sea...