lunes, 30 de abril de 2012

No hay rupturas, solo continuidades


Dedicado al Maestro en Artes Oscuras Medievales, a Nadia y a Julián...

Ruptura y continuidad, fractura y tradición, salto y contención. La idea de una supuesta fisura que varias veces parte en dos el camino de la historia de las ideas, con el vano propósito pedagógico de "hacernos entender una realidad específica", ha sido una falacia que nos ha inculcado el discurso hegemónico de la academia por siglos.

Hoy en día, cuando reclamamos la fragmentación exagerada e impuesta de la realidad que nos rodea (paréntesis: desde que estudio Filosofía me da miedo hablar de "realidad"), y en la que los medios masivos de comunicación son los más visibles culpables de esas fracturas historiográficas, los seres humanos exigimos que se nos presente la historia sin tantos parteaguas y saltos abismales.


En estos tiempos de "liquidez" se hace necesario revisar esas rupturas o discontinuidades que de manera empeñada nos han impuesto.

Sólo dos ejemplos que me han impactado en las últimas semanas.
En primer lugar, el paso del mito al logos. Siempre pensé (iba a poner "pensamos") que el paso de la forma de pensar mítica a la manera de pensar llamemos "filosófica" había sido una ruptura radical. Que sólo con la llegada de los pensadores pre-socráticos se había iniciado una nueva forma de pensar. Eso no fue así.

Zubiri explica el denominado "despertar" del hombre luego de ver lo que le rodea con una "actitud mítica", es decir, dándole a los fenómenos naturales explicaciones sobrenaturales, a una "actitud teóretica", intentando ahora entender la naturaleza por sí misma, por medio de la razón humana y la búsqueda de sus causas últimas.

Sin embargo, siempre es el hombre quien piensa, antes y después, sobre las mismas "cosas" y por las mismas inquietudes. Y vemos, como nos ha explicado la profesora Nadia, que el mito también tenía su propio logos, un logos mítico, un tipo de pensamiento humano que daba explicación a las cosas naturales y humanas, y que el logos filosófico, como nueva forma de pensar que se inicia con los pre-socráticos, no deja a un lado ni la actitud humana de sorpresa ante las cosas que le rodean, ni los temas que siempre le inquietaron y que sólo hallaban respuestas en historias fabulosas y sobrenaturales. Y es interesante observar las coincidencias temáticas de ambas actitudes (mítica y teóretica) y de ambos modos de pensar (logos mítico y logos filosófico). Según uno de los textos a leer (dije aquí que no sería muy riguroso con las citas), los conceptos de Naturaleza, lo Divino,  lo Cíclico y una Ley Cósmica que determina todo, son sólo algunas de las cosas que coinciden ambos extremos.

Por lo tanto, aquella sentencia de que era una ruptura no es tal. Es una continuidad; sí un cambio de actitud (como dice Zubiri), pero siempre es el hombre quien piensa, sobre las mismas cosas, ante las mismas preguntas e incluso muchas veces partiendo de las propias respuestas "míticas" para construir desde una nueva perspectiva nuevas respuestas (caso Tales y el principio del agua como inicio de todas las cosas, lo cual también tenía una versión mítica).

El otro caso es la Edad Media. Gracias a un interesante ejercicio que hizo nuestro profesor (a quien llamaremos Maestro en Artes Filosóficas Medievales) verificamos nuestras erróneas y prejuiciadas percepciones sobre el medioevo. Palabras como oscuridad, ignorancia, terror, violencia, entre otras muchas negativas, surgieron en la discusión. El Maestro, visiblemente sorprendido, nos advirtió si no pensábamos que era una visión demasiada moderna. En efecto, nos percatamos de que estábamos mediados radicalmente (desde la raíz) por un pensamiento hegemónico occidental iniciado con la modernidad que desconocía de manera total el legado de la Edad Media en la historia de las ideas. Tal vez, el parteaguas más abismal de todos: el medioevo.

Gracias al "Maestro" hemos asistido a una revisión paradigmática que nos ha permitido intentar una nueva lectura de la Edad Media. La síntesis es la enorme influencia del Platonismo, el Aristotelismo y el Neoplatonismo en la denominada Filosofía Cristiana (término por demás controvertido) y, más interesante aún, la impronta determinante (e igualmente invisibilizada por la historiografía oficial) del Islam en el pensamiento cristiano.

Y otro agregado. El desconocimiento histórico de la influencia del pensamiento cristiano del medioevo en la Filosofía Moderna (aquí debí poner unos signos de exclamación, pero era exagerado). Para dilucidar esa "duda exclamativa" en estos momentos leemos a Étienne Gilson, lo cual merecerá tal vez un post aparte.

Pero sólo como adelanto les ofrezco unas líneas de Gilson en su Espíritu de la Filosofía Medieval (Rialp, 2009) en las que explica la dimensión de ese abismo que se empeñaron en cavar entre la Edad Media y la Modernidad.

"Abramos, por ejemplo, las obras de René Descartes, el reformador filosófico por excelencia, de quien Hamelin se atrevía a escribir que "se coloca después de los antiguos, casi como si nada hubiese entre ellos y él, con excepción de los físicos". ¿Qué debemos entender con ese casi? Pudiéramos en primer lugar recordar el título de sus Meditaciones acerca de la metafísica "donde la existencia de Dios y la inmortalidad quedan demostrada". Podríamos recordar una vez más el parentesco de sus pruebas de la existencia de Dios con las de San Anselmo y aun las de Santo Tomás. No sería imposible mostrar lo que su doctrina de libertad debe a las especulaciones medievales sobre las relaciones de la gracia y el libre arbitrio, problema cristiano por excelencia".

Ese "casi abismal" de Gilson se repite a través de la historia de las ideas muchas veces. Y es tarea fundamental comenzar a inventariarlos, estudiarlos y medir con detalle cuánto de cierto tuvieron y cuánto de intencionalidad histórica para invisibilizarlos igualmente tuvieron.

Como decía Horkheimer (cuya frase la conocemos gracias a otro maestro, Julián González) "ardua e ingrata" la tarea del filósofo.

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