sábado, 16 de junio de 2007

El tren y la fábrica (Cuento)


Este texto es el primer ejercicio del taller literario de Fuentetaja...

El tren y la fábrica

Él creía ingenuamente que el balanceo sostenido y rítmico del tren, en cierta forma, lo ayudaría a conciliar el sueño. Sin embargo, el ruido que salía de la locomotora le inquietaba. Aunque intentaba distraerse con otros pensamientos, el martilleo le hacía recordar el golpeteo incesante de la fábrica. Con cierta ironía pensó: “Me voy de esa mierda, lejos, huyendo de esa pesadilla y ese maldito sonido me persigue”. Como una música evocativa, el rumor acompasado del ferrocarril le traía a la mente las razones de su escape. Alí Segundo no soportaba las injusticias de sus patronos o, mejor dicho, sus torpezas. La compañía a la cual pertenecía desde hacía 43 años y medio aguantaba sin éxito los embates de los cambios provocados por la venta de la empresa a una transnacional. Además, la moderna y ruidosa maquinaria instalada en la línea de producción no agradaba a los empleados más antiguos. Pero esa mañana el disgusto se convirtió en odio y el resentimiento en violencia.

De pronto, el silbido de la locomotora le sacó del ensueño. Buscó en los bolsillos de su raída chaqueta algún cigarrillo y no encontró nada, salvo un pañuelo blanco, el cual contrastaba con lo sucio de sus manos. Rastros de grasa industrial y sangre se mezclaban creando una suerte de mugre que ocultaba cualquiera sospecha, cualquier pista inequívoca de porqué huía. Intentó limpiar el vidrio que lo separaba de una realidad que desconocía, pero el aceite quemado que permanecía tercamente entre sus dedos ensuciaba más la ventana. De algo sirvió, pues la repentina ausencia de su reflejo ahora no le mostraba el monstruo en el que se había convertido. Ayer era un obrero con ideas progresistas, luego un obstinado incontrolable y temeroso; y hoy, sin quererlo, un fugitivo víctima del rencor y la locura.

Sintió la boca seca y sus ganas de fumar se hacían cada vez mayores. Pensó en ir al coche restaurante, pero de repente sintió miedo. Tal vez ya habían avisado a las autoridades. Ya era de noche, pero existía la posibilidad de que alguien consiguiera el cuerpo de su jefe donde lo había dejado. Decidió aguantar sus apetencias e intentó dormir una vez más.

Alí se vio a sí mismo sentado en la sala de su casa. Su ropa estaba limpia y planchada. Buscó sus manos y contempló su inmaculada limpieza. Su esposa traía un plato humeante de sopa, ésa que tanto le gusta. El ambiente se volvió apacible y súbitamente la sonrisa anciana de su mujer le arrancó un gemido que en realidad buscaba ocultar un sollozo. Un llanto ahogado que hacía más contrastante esa calidez de hogar y la realidad fría e insoportable que se vivía los últimos meses en la fábrica. Comenzó a gritar de dolor y se percató de que todo era un sueño. Por fin había dormido un rato, pero de nada sirvió. Su ropa estaba sucia, arrugada, y sus manos le recordaban el abominable hecho que había cometido esa mañana.

Y otra vez estaba allí ese ruido, ese balanceo.

Esta vez el compás, el sonido y el movimiento del tren se hicieron insoportables. Cerró los ojos con fuerza pero no pudo alejar de su cabeza la imagen de su jefe perdiéndose entre los engranajes de la nueva máquina industrial que amenazaba su seguridad laboral y que constreñía su felicidad. Inútilmente intentó tapar sus oídos pero siguió escuchando claramente los gritos de dolor de su patrón mezclados con el martilleo escandaloso de la locomotora.

Repentinamente el ritmo fue disminuyendo poco a poco y el sonido fue haciéndose cada vez más tenue. Amanecía y la luz de la mañana se colaba tímidamente por todo el vagón. El tren entraba a la estación, el ruido ya no estaba y el balanceo se había apagado. Alí vio a través de la ventana empañada a su mujer llorando con sus manos temblorosas en el rostro. Esta vez no era una visión. Ella acompañaba a los oficiales para el consabido reconocimiento del prófugo asesino.

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