Esto lo escribí aquella tarde del 21 de febrero de 2014...
Elegía para Moka
Rápidamente comencé a atrapar, con el desespero del abandonado, pedazos de olvido, retazos de memoria, rastros de vida, imágenes, objetos, cuadros, sonidos, palabras. El propósito era contener en un solo vistazo el recuerdo de Mónica. Sentado en un vuelo hacia Caracas me dispuse a emprender la cacería. No quería que ninguna presa se me escapara. Vi su perolito de peltre para el café y lo tomé con toda la fuerza posible entre mis manos. Vi su pelo blanco como el papel, despeinado, y me puse a arreglarlo haciendo ademanes delicados en el aire. Observé sus batas de algodón raídas y sucias por el oficio de la cocina y las abracé como un niño, como un infante temeroso de quedarse solo en este mundo, sin ella, sin la seguridad de que en algún lugar está pensando en mí, bendiciéndome. Detallé su altar en la antesala del baño de Maripérez, repleto de santos, figuras, estampitas, velas eléctricas, velas de verdad, flores de papel, flores marchitas, flores de plástico y el famoso “potecito de las peticiones”. Sí, un recipiente lleno de papelitos, uno por cada solicitud al Señor, que algún familiar, amigo o amiga, vecino enfermo, jubilado del INAM, Toni, Venancio o Marcelino, le daban a escondidas a mi mamá para que se les concediera un deseo, un anhelo, un poco de salud, un viaje, un empleo, una buena calificación académica, en fin: paz y tranquilidad. “¡Dame el número de vuelo, Antonio, para ponerlo en el altar”, me decía.
¿Quién ahora pedirá para todos nosotros, Mónica? Todos los días pedías por nosotros, tus hijos, nietos, amigos, viejitos, portugueses del abasto o la panadería. ¿Ahora quién pedirá por todos?
Seguí en la caza de recuerdos y me puse a contar uno por uno los adornitos de la casa, los de la pared de ladrillos, de la mesita del centro, de las repisas. Ahora sin ti todos se convierten en objetos que no dicen nada. Su valor se fue contigo. Ahora veo los potecitos de “comida guardada” dentro de la nevera, en la mesa detallo los vasos de plástico que con tanto cariño le llevaste café por tantos años a Bartolo o a la gente de El Globo. Cierro los ojos, no para contener las lágrimas, sino para sentarme en la sillita del balcón, en la que todas las tardes leías el periódico, las revistas sobre plantas medicinales o hacías crucigramas y sopas de letras, esto último porque te enteraste que eso ayudaba a mantener la mente lúcida, como la tuviste hasta esa mañana del viernes, Monicuca. Ahora camino hasta tu mesa de planchar, que ya no usabas, sino para colocar fotos y retratos de tus hijos y nietos, cédulas vencidas, carnets viejos.
Aprieto contra mi pecho con fuerza todos esos recuerdos, Moka. Como decía Sábato cuando murió su hijo y apretaba su retrato enmarcado contra su pecho hasta sentir dolor físico, hasta partir el cristal, hasta hacer sangrar su pecho y sus manos. Yo aprieto los tuyos, mamá, y me duele, me duele que jode.
Pero el recuerdo que más me duele, Mónica, es el sacrificio infinito que hiciste por tus cinco hijos. Abandonaste tu vida de mujer, de ciudadana, caroreña, venezolana. Abandonaste todo lo que eras o pudiste ser.
Desde que soy padre trato de ponerme en tu lugar, Mónica. Con cinco hijos, sola, sin tiempo para pensar nada, solo trabajar, sacrificarte y apartar para siempre cualquier placer personal, para garantizarle todo lo que pudiste a tus hijos.
Perdóname, mamá, todas las veces que no supe valorar todo lo que hiciste por mí y por cada uno de mis hermanos; por no haber tenido tiempo, vida, espacio, para devolverte tanto y tanto.
Ese sentimiento es el que me agobia en estas últimas horas, Mónica, que estoy montado en un avión para estar contigo cuando ya no estás.
Pero también me aferro a tu sonrisa, a tu jodedera, a tu agudo sentido del humor, a tu carisma, a tus ganas de vivir y a tu forma tan particular de dar amor, con una pregunta celosa, con una bolsita con comida, con caramelos de leche para Julio y Sofía o preguntando si en la oficina me habían hecho “mal lesión”. Me alienta imaginarte gritando “Dobre night, dobre bouché” o haciéndome la “puñeta” o cualquier grosería con tus manos o brazos.
Solo quiero que la vida me dé tiempo para seguir atrapando recuerdos, porque de sobra nos regalaste muchos a todas y a todos.
¡Échame la bendición! !Ponme una petición!
Escrito en un avión de San Salvador a Panamá.
21 de febrero de 2014. 3:00 pm